El espía que cambió el mundo

El espía que cambió el mundo

No todos los espías son como James Bond o como nos ha contado el cine en cientos de películas. De hecho, seguramente, ninguno es así. Hoy les vengo a hablar, precisamente, de un espía de lo más curioso, en primer lugar, por ser español, y en segundo lugar, y sobre todo, porque se puede decir, sin duda alguna, que ayudó a cambiar el mundo.

Conocí esta historia gracias al magnífico libro Avernum, de mi amigo José Apolo. En esta obra, centrada en varios personajes extraordinarios de la historia, se hablaba largo y tendido de nuestro Homo insolitus de hoy. Su nombre era Joan Pujol, y, al contrario que estos galanes típicos del cine de espías, era un señor bajito, tirando a feote, bastante corto de vista y de todo menos glamuroso y seductor. Claro que esto no fue impedimento para que fuese un espía cojonudo, gracias, sobre todo, a su perseverancia, su inteligencia y su poquita vergüenza. Y es que, este señor, tipical spanish, fue el responsable de que millones de personas salvasen su vida.

Pujol nació en Barcelona, el 14 de febrero de 1912, en el seno de una familia acomodada de la burguesía catalana. Durante su juventud se movió entre el ambiente liberal barcelonés, y, al estallar la Guerra Civil, optó por esconderse en casa de unos amigos. Pero el escondite solo le sirvió durante un tiempo, ya que finalmente fue detenido por las milicias republicanas. ¿El castigo? Fue enviado al frente, y encima a uno de los frentes más chungos, la Batalla del Ebro. Pero, haciendo gala de la tremenda habilidad que le caracterizaría con el tiempo, logró escaparse y cruzar las líneas hasta unirse a las tropas del general Franco.

No tardaron en darse cuenta de que estaba en el bando equivocado. Así que un buen día de 1940, tuvo la osada idea de presentarse en la embajada británica y ofrecerse para ser agente doble. Con dos narices. No le hicieron ni caso, pero la negativa no le hizo desfallecer. Así que se puso a darle vueltas a la cabeza, elaboró un increíble plan y se ofreció en esta ocasión a los alemanes. Estos sí que le hicieron caso. Y fue reclutado para el espionaje germano.

Aseguró a los alemanes que conocía a la perfección Gran Bretaña y sus costumbres, y que pasaría totalmente desapercibido a la hora de moverse en los terrenos por los que fluía la inteligencia. Y eso que nunca había estado allí… Así que en julio de 1941 fue enviado como espía a suelo británico.

En realidad, su plan era otro: jamás llego a Londres y Lisboa fue su destino real. Gracias a una guía de viajes de la ciudad de Londres, un mapa y una guía de trenes, se inventó los informes sobre movidas militares que enviaba a los servicios secretos alemanes. Y todo se lo inventaba. No había un solo dato que fuese real.

Solo le contaba a los alemanes lo que estaban deseando oír; psicológicamente, les estaba ganando la partida por goleada. En cambio, no conseguía convencer a los británicos de su utilidad como agente doble. Así que en 1942 ideó un plan para demostrarles su valía: comunicó a los alemanes que un convoy aliado se encontraba a punto de partir rumbo a Malta. Claro, el convoy nunca llegó, y Garbo lo justificó explicando que se había producido un cambio de planes de última hora por parte del mando militar aliado, algo bastante común. La jugada llegó a oídos del MI-6, el servicio secreto británico, que pudo verificar que un solo hombre había sido capaz de movilizar a la armada de Hitler. Fliparon con Pujol y le ficharon, tomando el nombre de Garbo por sus dotes interpretativas.

Una vez en suelo británico, informó a los alemanes de que su red había sido ampliada con cuatro nuevos agentes imaginarios. Por supuesto, para no levantar sospechas, las informaciones que enviaba a los nazis no siempre eran falsas. Con el tiempo, Garbo aumentó su nómina de agentes imaginarios hasta veinticinco. Cada uno con una personalidad, una vida familiar y una manera de hablar diferentes. Eran personajes realmente bien trabajados y bastante complejos. Cientos de informes secretos y miles de mensajes emitidos vía radio llegaron hasta los alemanes casi a diario. Y todos ellos salieron de la lúcida mente de Garbo.

Imaginen el nivel del trabajo realizado, tanto que en 1944 fue condecorado por su majestad el rey Jorge VI de Inglaterra, el del Discurso del rey, con la Orden del Imperio Británico. Y para colmo, a la vez, también recibió de los alemanes la Cruz de Hierro por sus servicios al III Reich.

Pero lo mejor estaba por venir. Cuando las fuerzas aliadas comenzaron a diseñar la invasión de Europa, tomaron conciencia de lo importante que era despistar a los nazis para que no se enterasen del lugar en el que iban a desembarcar, Normandía. El objetivo era hacer creer al mando alemán que los aliados desembarcarían en Calais, a unos 250 km de distancia.

La labor de Garbo fue determinante. Utilizando todo su ingenio, consiguió que, mediante informaciones contradictorias y todo tipo de ardides, los alemanes desviaran un gran contingente de sus tropas hasta Calais.

Ya saben cómo continúa la historia.

Tras la guerra, como es lógico, Garbo no tuvo más remedio que verse obligado a fingir su propia muerte, así que fue trasladado a Venezuela bajo una identidad falsa y con la idea de comenzar una nueva vida.

Ni siquiera su mujer y sus hijas tuvieron noticias de él hasta cuarenta años más tarde, en los años ochenta, cuando fue localizado por un periodista de investigación británico. Poco tiempo después, tras conocerse su historia, fue recibido y aclamado como un auténtico héroe en una visita que realizó a la capital británica. En España no nos enteramos de su historia hasta poco antes de su fallecimiento, el 10 de octubre de 1988.

Publicado el domingo 08-12-2019 en La Voz de Almería

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