¿Fue real la Pasión de Jesús?

¿Fue real la Pasión de Jesús?

1200px Cristo crucificado

Si en algo están de acuerdo todos los Evangelios canónicos, por extraño que pueda parecer y pese a la enorme cantidad de diferencias que se dan entre estos respectivos relatos, es en la narración de los últimos días de vida de Jesús, pese a las sempiternas contradicciones y variantes que existen entre ellos. Todos coinciden en que Jesús murió en la cruz, algo de lo que no dudan prácticamente ninguno de los buscadores del Jesús histórico. Y en verdad resulta bastante inverosímil que aquello fuese un invento ya que, además, tenemos, aunque con dudas, una mención no cristiana a su muerte, la de Flavio Josefo, que dejó bien claro que murió crucificado por orden de Pilato.

Ahora bien, el primero que habló con algo de detalle sobre todos los acontecimientos de la Pasión de Jesús fue Marcos en su Evangelio ―sobra decir que no existe la más mínima constancia de que este fuese el autor real de esta obra, como sucede con casi todos los libros del Nuevo Testamento―. El Documento Q, la fuente independiente que utilizaron Mateo y Lucas para confeccionar su relato, no mencionaba para nada la crucifixión, ya que solo hablaba de parábolas y dichos de Jesús. Así, estos dos evangelistas, sin duda, copiaron el relato la Pasión que había escrito Marcos unos años antes. Por otro lado, los tres sirvieron de inspiración, posiblemente, a Juan, cuyo Evangelio fue el más tardío, aunque también cabe plantear que este recogiese algunos elementos procedentes de su propia tradición independiente. Por último, Pablo de Tarso, que escribió sus cartas antes que todos estos, apenas explicó nada sobre el juicio y la muerte de Jesús. Solo que murió y resucitó unos años antes que él.

Por lo tanto, la fuente esencial es Marcos. Pero ¿de dónde sacó la información para elaborar el relato de la Pasión que aparece en su Evangelio? Realmente no lo sabemos, pero tenemos ciertos indicios que nos permiten plantear un esquema que parece bastante probable y acertado: tras la terrible, y posiblemente inesperada, muerte de Jesús, sus seguidores debieron quedar, como es normal, en estado de shock. Había muerto su líder, la persona que pensaban iba a abrir las puertas para la inminente instauración del Reino de Dios. Pero, seguro que tuvieron que plantearse cómo había podido suceder esto. Sabían que Jesús había muerto en la cruz, pero no entendían bien por qué, ni conocían los detalles, ya que, como sabrán, en los Evangelios se dice que todos huyeron despavoridos tras el arresto de Jesús, y solo el Evangelio de Juan situó a un discípulo suyo durante la crucifixión, el dichoso discípulo amado, tradicionalmente identificado con el apóstol Juan.

Con el paso del tiempo, sus afligidos seguidores, de primera o de segunda generación, comenzaron a escudriñar las Escrituras judías en busca de relatos, imágenes y profecías que pudieran ayudar a entender los luctuosos sucesos que ocurrieron aquel trágico día. No sería la última vez que lo hicieron, por cierto, ya que los relatos de la infancia de Mateo y Lucas, los dos únicos evangelistas que hablaron de su nacimiento milagroso y de sus primeros días, también están llenos de referencias al cumplimiento de vaticinios del Antiguo Testamento, supuestamente referidos a Jesús.

Por lo tanto, todo parece indicar que los cristianos, en una fecha muy temprana, estaban convencidos de que la historia de Israel y todos los textos de la Biblia servían como una especie de introducción a la culminación de un largo y complejo plan divino que culminaba con la historia de Jesús y acababa con su muerte en el madero. Jesús había muerto porque tenía que morir para hacer cumplir los divinos designios de la divinidad, terminaron concluyendo.

Como era de esperar, sus discípulos encontraron un montón de referencias bíblicas que fueron interpretadas como profecías de este trágico final, y gracias a ellas pudieron confeccionar un primigenio relato de la Pasión, transmitido en un primer momento exclusivamente de forma oral. Pero, conforme fue extendiéndose la nueva religión, y a medida que aumentó el número de conversos, se hizo necesario que aquellas historias orales fuesen escritas.

Así, cabe especular que, dada la importancia que los cristianos le dieron a la fatídica muerte de su líder, parece razonable plantear que tuvo que existir algún escrito primigenio en el que se contase cómo sucedió todo, que posteriormente sería la fuente de la que Marcos tomó el relato de la Pasión. O quizás hubo varios. Difícilmente lo sabremos, a no ser que un día nos sorprendan los arqueólogos con algún manuscrito perdido, lo cual no es para nada improbable.

En definitiva, es innegable que muchos de los elementos que forman el drama evangélico de los últimos días de Jesús proceden del Antiguo Testamento, y que el autor o los autores que crearon el relato de la Pasión confeccionaron la trama en torno a ellos. Y si no, que alguien explique algunos tremendos parecidos…

Por ejemplo, la famosa expulsión de los mercaderes del Templo (Mc 11,15), un trascendental relato que muchos estudiosos han considerado histórico, parece inspirada por este texto de Zacarías: «Y aquel día no habrá ya traficantes en el Templo del Señor todopoderoso» (Zac 14, 21). Sí, se podría contraargumentar diciendo que Jesús conocía este versículo de Zacarías y que hizo lo que hizo para hacer cumplir la profecía. Pero… hay otros muchos ejemplos: la traición de Judas (Mc 14,10), que de alguna manera también simboliza la traición del pueblo judío en su totalidad, podría haberse inspirado en este fragmento del Salmo 41: «Hasta mi amigo íntimo, en quien yo confiaba, el que compartía mi pan, me levanta calumnias» (Sal 41,10). Incluso el precio de la traición parece proceder del Antiguo Testamento:

 

Yo les dije: «Si os parece bien, dadme mi sueldo y, si no, dejadlo. Ellos me pagaron treinta monedas de plata». El Señor me dijo: «Echa al tesoro ese valioso precio en que me han tasado». Tomé las treinta monedas de plata y las eché en el tesoro del Templo del Señor (Zac, 11, 12-13).

 

Y no solo esto. Observen la clara relación entre el último versículo de la cita anterior y lo que dijo Mateo en su Evangelio al contar la traición de Judas: el traidor, tras la detención de Jesús, se arrepintió y «arrojó en el Templo las monedas, se marchó y se ahorcó. Los jefes de los sacerdotes tomaron las monedas y dijeron: no se pueden echar en el tesoro del Templo, porque son precio de sangre» (Mt 27, 5-6). Blanco y en botella.

Incluso la crucifixión entre delincuentes (Mc 15, 27) tiene un posible correlato en el siguiente pasaje: «Le daré un puesto de honor, un lugar entre los poderosos, por haberse entregado a la muerte y haber compartido la suerte de los pecadores. Pues él cargó con los pecados de muchos e intercedió por los pecadores» (Is 53, 12). Además, en esta cita tenemos un ejemplo que permite ver dónde encontraron los primitivos cristianos la inspiración para explicar la muerte de Jesús como un autosacrificio redentor, entre los otros muchos que existen. No en vano, en Isaías ya se dice que el Mesías sería «traído como un cordero al matadero» (53,7)

Pero hay más: aquello del vinagre y la hiel (Jn 19, 29-30) que le dieron a Jesús mediante una esponja parece proceder del Salmo 69: «Tú conoces mi oprobio, mi vergüenza y mi afrenta; ante ti están todos mis opresores. Los insultos me han roto el corazón y desfallezco; espero compasión, y no la hay; nadie me consuela. Me pusieron veneno en la comida, me dieron a beber vinagre para mi sed» (Sal 69, 20-22); o el episodio del oscurecimiento del Sol (Mc 15, 33), que pudo estar inspirado por este versículo del libro de Amos: «Aquel día, oráculo del Señor, haré que el Sol se ponga a mediodía, y en pleno día cubriré la tierra de tinieblas» (8, 9).

Lo cierto es que todo el drama pasión-muerte-resurrección guarda un inquietante parecido con una serie de relatos del Antiguo Testamento en los que se narran varios casos de hombres o mujeres acusados injustamente, condenados a muerte, rescatados in extremis y exaltados a los cielos en algunos casos.

Un ejemplo clave sería el siervo sufriente que se describe en Isaías 53 del que, sin duda, tomó mucho Marcos, o el primer redactor del relato de la pasión, para la construcción de su historia. Es un poquito largo, pero merece la pena que lo lean para que puedan comprobar el parecido con la Pasión de Jesús:

 

¿Quién hubiera creído este anuncio? ¿Quién conocía el poder del Señor? Creció ante el Señor como un retoño, como raíz en tierra árida. No había en él ni belleza ni esplendor, su aspecto no era atractivo. Despreciado, rechazado por los hombres, abrumado de dolores, y familiarizado con el sufrimiento; como alguien a quien no se quiere mirar, lo despreciamos y lo estimamos en nada. Sin embargo, llevaba nuestros dolores, soportaba nuestros sufrimientos. Aunque nosotros lo creíamos castigado, herido por Dios y humillado, eran nuestras rebeliones las que lo traspasaban, y nuestras culpas las que lo trituraban. Sufrió el castigo para nuestro bien y con sus llagas nos curó. Andábamos todos errantes como ovejas, cada cual por su camino, y el Señor cargó sobre él todas nuestras culpas. Cuando era maltratado, se sometía, y no abría la boca; como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca. Sin defensa ni justicia se lo llevaron y nadie se preocupó de su suerte. Lo arrancaron de la tierra de los vivos, lo hirieron por los pecados de mi pueblo; lo enterraron con los malhechores, lo sepultaron con los malvados. Aunque no cometió ningún crimen ni hubo engaño en su boca, el Señor lo quebrantó con sufrimientos. Por haberse entregado en lugar de los pecadores, tendrá descendencia, prolongará sus días, y por medio de él, tendrán éxito los planes del Señor. Después de una vida de aflicción comprenderá que no ha sufrido en vano. Mi siervo traerá a muchos la salvación cargando con sus culpas. Le daré un puesto de honor, un lugar entre los poderosos, por haberse entregado a la muerte y haber compartido la suerte de los pecadores. Pues él cargó con los pecados de muchos e intercedió por los pecadores (Is 53).

 

Es el mismo rol de Jesús: un mensajero de Dios que sufrió en silencio, y que fue acusado, condenado pese a ser inocente, y castigado, para finalmente ser rehabilitado y exaltado por Dios. Y además, en este caso preciso de Isaías, con la característica cristiana de la muerte redentora.

Es más, una antigua celebración judía, el Día de la Expiación, descrita e instaurada en el Levítico 16, guarda en algunos puntos un inquietante parecido con la muerte expiatoria de Jesús. En aquella festividad se realizaba un rito, ordenado siglos atrás por Yahvé a Aarón, que consistía en lo siguiente: se elegían dos chivos para el sacrificio de expiación y un carnero para el holocausto. Unos de los chivos debía ser sacrificado en el Templo por el sumo sacerdote (Aarón), pero el otro se le tenía que entregar a Azazel, un demonio que vivía en el desierto, tras un curioso ritual:

 

Hecha la expiación del santuario, de la tienda del encuentro y del altar, Aarón hará traer el macho cabrío vivo, pondrá las dos manos sobre su cabeza, confesará sobre él todas las culpas de los israelitas, todas sus transgresiones y pecados, los descargará sobre la cabeza del macho, y lo enviará al desierto por medio de un hombre designado para ello; el macho cabrío llevará sobre sí todas las culpas a tierra desierta (Lv 16, 20-22).

 

¿No es exactamente eso lo que hizo Jesús, según la reinterpretación paulina? Pablo, como sabrán, estaba firmemente convencido de que la muerte de Cristo sirvió para redimir a la humanidad del pecado. Tanto es así que sobre esto construyó su particular teología, centrada en la cruz y en la posterior resurrección de Jesús, ejemplo perfecto y representativo del tremendo poder de aquel dios.

Pero aún hay más.

El estudioso John Dominic Crossan, en su obra de 1991 The Historical Jesus: The Life of a Mediterranean Jewish Peasant (El Jesús de la historia: vida de un campesino judío), se hizo eco de una historia interesantísima que nos puede ayudar a entender un turbio episodio de este relato de la Pasión ―también es posible que nos deje aún con más dudas―. Resulta que Filón de Alejandría (que vivió entre el 15/10 a.C. y 45/50 d.C.) narró en su obra Contra Flaco cómo el pueblo de Alejandría se burló de una manera muy curiosa de Agripa I, tras ser nombrado rey de los judíos por Calígula, durante la parada que hizo el nuevo monarca en aquella ciudad rumbo a Judea (en el año 38 d.C.) Unos graciosos judíos alejandrinos cogieron a un desequilibrado mental, un tal Carabas, pusieron sobre su cabeza una sábana a modo de tiara, le cubrieron con una estera a modo de manto y le dieron un trozo de papiro enrollado a modo de cetro, para acto seguido fingir su nombramiento como rey y burlarse de él.

No tiene desperdicio:

 

Había un desequilibrado, llamado Carabas, cuya locura no era del tipo furioso y salvaje, que tan peligroso resulta para los propios locos y para todo el que se les acerca, sino de ese otro estilo campechano y gracioso. Se pasaba el día y la noche desnudo por la calle, sin que le arredraran ni el frío ni el calor, haciéndose blanco de las burlas de los muchachos y la gente ociosa. Los sublevados arrastraron al pobre hombre al gimnasio y, colocándolo en un sitio elevado, donde todos pudieran verlo, pusieron sobre su cabeza una sábana de Biblos extendida a modo de tiara, y cubrieron el resto de su cuerpo con una estera a modo de manto real, mientras que otros, viendo un trozo de papiro del país tirado en el arroyo, se lo pusieron en la mano a modo de cetro. Y después de aquella farsa en que se le hacía entrega de las insignias reales y se le vestía como a un rey, unos cuantos jóvenes llevando mazas al hombro, imitando a una tropa de lanceros, se situaron a uno y otro lado de él, como si fueran su guardia. Otros se le acercaban luego como si quisieran saludarlo, o como si se presentaran pidiendo justicia, o para consultarle cuestiones de política. A continuación se levantó entre la muchedumbre que lo rodeaba un griterío tremendo, que lo proclamaba «Marin», título que, según dicen, utilizan en Siria para decir «señor». Pues todo el mundo sabía que Agripa era sirio de nacimiento y poseía una gran parte de ese país, de la cual era rey (Crossan, 428).

 

Dejando claro que este relato no tiene por qué ser la inspiración del episodio de las burlas de los soldados romanos que narran varios Evangelios, entra dentro de lo posible. Este episodio sucedió en el año 38. Sí, es cierto que Jesús tuvo que morir en la cruz, a lo sumo, en el 36, fecha en la que Poncio Pilato fue destituido. Pero ¿es posible que los evangelistas, especialmente Mateo, que escribieron en el último cuarto del siglo i, conociesen este episodio narrado por Filón? Posible es, aunque no tenemos ninguna evidencia que permita afirmarlo, excepto el tremendo parecido que guarda este pasaje con algunas narraciones evangélicas, por ejemplo, esta de Mateo:

 

Los soldados del gobernador llevaron a Jesús al pretorio y reunieron en torno a él toda la tropa. Lo desnudaron y le echaron por encima un manto de color púrpura; trenzaron una corona de espinas y se la pusieron en la cabeza, y una caña en su mano derecha; luego se arrodillaban ante él y se burlaban, diciendo: «¡Salve, rey de los judíos!». Le escupían, le quitaban la caña y lo golpeaban con ella en la cabeza (Mt 22, 27-30).

 

Es más, el apócrifo Evangelio de Pedro guarda un parecido incluso mayor. Para Crossan, esta obra apócrifa sería el primer relato escrito sobre la Pasión. Con esto discrepan muchos estudiosos que piensan que en realidad esta versión está inspirada en Marcos o Mateo y que, por lo tanto, es posterior. No lo sabemos, aunque en realidad viene a dar lo mismo. Lo inquietante es el parecido con la historia de Carabas que contaba Filón:

 

Ellos, tomando al Señor, le daban empujones a la carrera y decían: «Arrastremos al hijo de Dios, pues ha caído en nuestro poder». Lo revistieron de púrpura y lo hicieron sentarse sobre el trono del juicio, diciendo: «Juzga con justicia, rey de Israel». Uno de ellos trajo una corona de espinas y la puso sobre la cabeza del Señor. Otros de los presentes le escupían en el rostro, otros le daban bofetadas en las mejillas, otros lo golpeaban con una caña y algunos lo azotaban, diciendo: «Con este honor honremos al hijo de Dios» (EvPed 6-9).

 

Sea como fuere, lo que parece indiscutible es que el autor o los autores del relato original de la Pasión crearon una bella historia a partir de muchos elementos tomados del Antiguo Testamento, lo que permitía, de camino, que con la muerte de Jesús se cumpliesen un montón de profecías que en realidad no se referían a Jesús. Visto así, todo estaba escrito ya. Y el mismo Pablo lo dejó bien claro:

 

Porque yo os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras, que fue sepultado y resucitó al tercer día según las Escrituras (1 Co 15, 3-4).

 

Hasta lo de lavarse las manos fue vaticinado por los antiguos escritores bíblicos:

 

Mis manos lavo en la inocencia y ando en torno a tu altar, Señor (Sal 26, 6).

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