Invasores de Marte.  «Enigmas», nº 268, marzo 2018, págs 74-79

Invasores de Marte.  «Enigmas», nº 268, marzo 2018, págs 74-79

 

Invasores de Marte.
El pánico extraterrestre de Radio Quito.

 

ONCE AÑOS DESPUÉS DE LA POLÉMICA DRAMATIZACIÓN DE “LA GUERRA DE LOS MUNDOS” QUE ORSON WELLES REALIZÓ EN 1938, EN QUITO (ECUADOR) SE REPITIÓ EL EXPERIMENTO CON TRÁGICAS CONSECUENCIAS.

 

WELLES MEETS WELLS.

 

En 1937, la cadena de radio CBS, con sede en Nueva York, tuvo la brillante idea de contratar a Orson Welles y su recién creada compañía de teatro, la Mercury Theatre, para que llevasen a cabo la adaptación radiofónica de una serie de clásicos de la literatura inglesa y estadounidense. Así nació Mercury Theatre on the Air, un creativo programa que permitió al futuro director de cine dramatizar, a su manera, obras como Drácula, La isla del tesoro, Historia de dos ciudades o esta que nos ocupa, La guerra de los mundos, la afamada novela de H. G. Wells publicada en 1898.

Como recordarán, en este libro, el genio británico, pionero de la ciencia ficción, describió por primera vez una invasión alienígena imaginaria, situando el ataque en los alrededores de Londres. Cuarenta años después, Welles se propuso, con la ayuda del guionista Howard Koch (posterior autor del libreto de Casablanca), realizar una adaptación ambientaba en la Nueva York de su época; pero no como un radioteatro al uso, sino simulando haciéndolo pasar por un noticiario urgente que irrumpía en directo en mitad de la programación, en el que se informaba, paso a paso, del avance de la invasión extraterrestre. Una apuesta tan arriesgada como original.

El programa se retransmitió el 30 de octubre de 1938, un día antes de Halloween, y, pese a que se avisó hasta en tres ocasiones de que se trataba de una ficción del Mercury Theatre on the Air, muchos pensaron que se trataba de algo real.

La mayoría de periódicos se hicieron eco en sus portadas del día siguiente de la osadía de Welles, afirmando que su broma había provocado el pánico en Nueva York y Nueva Jersey, ciudades en las que se desarrollaban los acontecimientos de la dramatización. Pero no fue del todo así. Tanto la policía como la CBS recibieron algunas llamadas de oyentes preocupados; hubo algunos ingenuos que se echaron a las calles para ver qué estaba pasando; incluso hubo quien informó de que había visto marcianos aterrizando en su patio trasero. Pero también llegaron muchas llamadas de felicitaciones a la CBS por el original y emocionante espectáculo.

En resumidas cuentas, es falso que la arriesgada ficción radiofónica de Orson Welles provocase un pánico masivo y generalizado. En realidad, todo parece indicar que se trató de un invento de los periódicos con la clara intención de atacar a la radio, un nuevo medio de comunicación, con tan solo dos décadas de historia, que se había convertido en la principal competencia de la prensa escrita. Exageraron el impacto del programa y, quizás sin quererlo, crearon un mito.

Donde sí que se desató el pánico fue en Quito, la capital de Ecuador, cuando una emisora local decidió emular a Welles unos años después.

 

EXTRATERRESTRES EN COTOCALLAO

 

A comienzos de 1949, Leonardo Páez, un periodista quiteño que ejercía como director artístico de Radio Quito, la principal emisora de la ciudad, perteneciente al grupo empresarial que también gestionaba el periódico El Comercio (el más importante del país), propuso a los directivos de la cadena la posibilidad de realizar una versión en castellano del libreto firmado por Howard Koch. Aceptaron, y Páez, junto al guionista chileno Eduardo Alcaraz (cuyo nombre real era Alfredo Vergara Morales), se puso a trabajar en una adaptación ambientaba en la propia Quito.

Finalmente, el 12 de febrero de 1949, se emitió el programa en riguroso directo.

Páez y Alcaraz decidieron seguir un esquema similar a la propuesta que había dirigido Orson Welles once años antes: fingieron interrumpir una actuación musical de canción criolla, a cargo del dúo formado por Luis Alberto «Potolo» Valencia y Gonzalo Benítez, muy conocido por aquellos lares, para informar de que se había visto un ovni sobre las islas Galápagos, y que, unas horas después, la nave había aterrizado en el pueblo de Cotocallao, a 32 kilómetros de Quito, y había comenzado a lanzar gases tóxicos contra la población.

El programa musical continuó como si nada, hasta que fue interrumpido de nuevo por varias conexiones informativas. En primer lugar, unos supuestos militares informaron de que la cercana ciudad de Latacunga había sido destruida, al igual que la base aérea de Quito, llamada Mariscal Sucre, que ardía en llamas tras el ataque marciano. Posteriormente se emitieron unos mensajes, falsos también, del Ministro de Interior, llamando a la calma y apelando a la unidad nacional frente al invasor, y del alcalde de Quito, pidiendo a sus vecinos que luchasen por defender su ciudad.

La transmisión debería haber terminado con la muerte del propio Leonardo Páez, que hacía de sí mismo, fulminado por un rayo láser marciano en el tejado de la emisora mientras retransmitía en directo el avance de las tropas alienígenas, pero el programa tuvo que ser interrumpido cuando el caos se apoderó de la ciudad ecuatoriana.

Los quiteños creyeron que aquello estaba pasando de verdad, dada la credibilidad de la que gozaba la emisora, y pensaron que los marcianos estaban invadiendo Ecuador. La policía y los bomberos de Quito fueron hasta Cotocallao para luchar contra los aliens. Las multitudes se echaron a las calles y llenaron las iglesias, los edificios públicos y los bares. Se dice incluso que un sacerdote llevó a cabo una absolución masiva de los pecados, dada la abrumadora cantidad de suplicantes que deseaban hacer las paces con su dios.

Pero, cuando se dieron cuenta de que se trataba de una ficción radiofónica, los radioyentes quiteños se dirigieron enfervorecidos hacia las calles Chile y Benalcázar, donde se encontraban las oficinas de Radio Quito y del periódico El Comercio. No en vano, este rotativo llevaba días publicando informes falsos sobre ovnis para generar expectativas ante el inminente estreno de la dramatización de Páez.

La emisión no había terminado todavía cuando la multitud comenzó a lanzar piedras y ladrillos contra el edificio. Los productores, viendo que la broma se les había escapado de las manos, decidieron suspender el programa y explicaron que se trataba de una ficción semejante a la que Orson Welles había dirigido once años atrás. Pero ya era tarde. La ira y la furia de los quiteños, que se sentían burlados y ultrajados, llevó a que terminasen prendiendo fuego al edificio lanzando ejemplares en llamas del propio periódico.

El ejército ecuatoriano, siguiendo órdenes del Ministro de Defensa, sacó efectivos a la calle con la intención de disipar a las multitudes. Pero poco pudieron hacer. Por si fuera poco, la policía, los bomberos y los servicios de emergencia llegaron tarde debido a que numerosas unidades se habían desplazado hasta Cotocallao para unirse a la lucha contra los marcianos invasores. En un primer momento, tras comprobar que era una broma en la que hasta ellos mismos habían caído, no hicieron nada por ayudar a los trabajadores de la emisora y del periódico, pero finalmente intervinieron, y consiguieron auxiliar a los heridos y detener el fuego, evitando que se extendiese a otros edificios cercanos.

Mientras tanto, el locutor más famoso de Radio Quito, un tal Luis Beltrán Gómez, que no había intervenido en el radioteatro, intentó sin éxito calmar a las masas, a la vez que pedía ayuda. Cerca de un centenar de trabajadores estaban atrapados en el edificio, y las llamas avanzaban sin control hacia las plantas superiores. Muchos consiguieron huir por el tejado hasta el edificio de al lado, pero otros, dominados por el pánico, saltaron desesperados por las ventanas.

No hay cifras exactas. El edificio quedó reducido a cenizas. Hubo decenas de heridos y se sabe con total seguridad que hubo seis fallecidos, entre los que estaba la joven novia de Leonardo Páez, aunque algunas fuentes aseguran que fueron veinte las personas que fallecieron.

Una vez calmada la situación, las autoridades ordenaron la detención de varios manifestantes y de algunos miembros del personal de la emisora, entre los que estaban Páez y Alcaraz. Aunque la versión más extendida de la historia responsabilizaba a Páez exclusivamente, alegando desconocimiento por parte de sus superiores, durante el proceso judicial se demostró que los directivos de Radio Quito eran conscientes de lo que iban a hacer, gracias a que se presentó el contrato firmado con el guionista, Eduardo Alcaraz. Ambos fueron absueltos, y la emisora no sufrió ningún de represalia.

¿Cómo pudo pasar esto? ¿Qué llevó a los habitantes de Quito a pensar que estaban ante una invasión extraterrestre real? No debería sorprendernos. La histeria colectiva nos ha dejado historias parecidas en otros lugares del mundo. Además, en este caso puntual, hay que tener en cuenta que el pueblo ecuatoriano estaba bastante sensibilizado por culpa de la guerra entre Ecuador y Perú que tuvo lugar en 1941. Muchos pensaron que los malvados invasores procedían del país rival, con el que los bolivianos mantenían agrías disputas fronterizas desde tiempos de la independencia.

También tuvo que influir, a un nivel sociológico y emocional, el recuerdo de la reciente Segunda Guerra Mundial, el lanzamiento de las primeras bombas atómicas, que tuvo lugar tan solo cuatro años antes, y la creciente paranoia de la Guerra Fría.

Y, sin duda, fue decisivo el auge exponencial de la fenomenología ovni, aun no asociada con la hipótesis extraterrestre, que por aquel entonces estaba comenzando a galopar, pero sí con el cine y la literatura de ciencia ficción. Recuerden que El Comercio llevaba días informando sobre avistamientos de ovnis. Solo así se explica que hasta las fuerzas de seguridad se trasladasen hasta Cotocallao para enfrentarse a los marcianos. Creyeron que estaba pasando de verdad porque podía pasar.

Además, no podemos olvidar que en esta ocasión no se avisó en ningún momento de que era una dramatización. Al parecer, el guionista, Alcaraz, le había pedido a Páez que lo hiciese, pero no le hizo caso…

 

EL PÁNICO DE CHILE

 

Lo curioso es que no fue la primera vez que una falsa invasión alienígena terminaba con trágicas consecuencias. Cinco años antes de los sucesos de Quito, el 12 de noviembre de 1944, a las 21:30 horas, un pobre electricista de la ciudad chilena de Valparaíso, llamado José Villarroel, falleció de un ataque al corazón provocado por el susto que se llevó por culpa de otra versión radiofónica de La Guerra de los Mundos.

En esta ocasión, fue la estación de radio Cooperativa Vitalicia, con sede en Santiago de Chile, la que tuvo la brillante idea de recrear, como luego haría Leonardo Páez en Quito, la obra de Wells siguiendo la versión de Welles. Pero aquí sí que cundió el pánico. Miles de chilenos se echaron a las calles para comprobar si era cierto que los marcianos estaban invadiendo su país, pese a que se había anunciado, incluso en la prensa escrita, que aquella noche se iba a emitir una dramatización de la obra de H. G. Wells, pero ni con esas. Los teléfonos de los hospitales y las comisarias no paraban de sonar pidiendo ayuda. Miles de personas corrían sin rumbo por las calles, mientras otros tantos huían despavoridos de Santiago. En algunos pueblos cercanos comenzaron a organizarse para ir a ayudar a la gente de la capital. Incluso hubo algún gobernador de provincias que, alarmado, telegrafió al ministro de guerra para informarle de que había mandado a sus tropas para hacer frente a los extraterrestres.

La calma solo llegó cuando quedó claro que era una ficción. Aun así, varias personas fueron a quejarse a la sede de la emisora.

Sea como fuere, José Villarroel ostenta el dudoso honor de ser la primera persona en la Tierra que muere por culpa de una invasión alienígena, aunque fuese falsa. Ni Orson Welles lo consiguió.

Pero, ojo, esto sucedió en 1944, tres años antes del famoso avistamiento de Ken Arnold, el 24 de junio de 1947. Una evidencia más de que, antes de los ovnis, la gente temía a los extraterrestres.

 

RECUADRO 1

(PONER AL PRINCIPIO DEL ARTÍCULO, CUANDO HABLO DE LA VERSIÓN DE ORSON WELLES)

Aunque la alarma creada por la transmisión de Orson Welles no llegó a tener la magnitud que le atribuyeron los medios, en la localidad en la que el cineasta situó el comienzo de la invasión alienígena, Grover’s Mill (Nueva Jersey), sí que hubo cierta histeria. Algunos lugareños, alarmados, se echaron a las calles con sus escopetas dispuestos a cargarse a los malditos marcianos. Llegaron a pensar que la torre de agua de la ciudad se había convertido en una maquina marciana de guerra y se liaron a tiros con ella. Las autoridades, informadas, pidieron ayuda y el ejército mandó un contingente de cien soldados para calmar a la población. No ayudó la densa niebla que, casualmente, invadió la aldea aquella noche.

El recuerdo de esta surrealista historia perduró en los habitantes de Grover’s Mill. Tanto es así que en 1988 se levantó una placa en un parque, cerca de un estanque y de lo que queda de la torre de agua, como homenaje al cincuenta aniversario del programa. En la placa se puede ver a un apasionado Welles con un micrófono junto a una familia de los años treinta que escucha aterrorizada la radio y un siniestro trípode marciano con tentáculos. Recuerden que aún no había platillos volantes…

 

 

RECUADRO 2.
El pánico de Londres.

 

Unos años antes, el 16 de enero de 1926, la inglesa BBC se había adelantado en esto de los fakes radiofónicos con la emisión, en mitad de una aburrida charla sobre literatura del siglo XVIII, de unos boletines informativos falsos sobre unos disturbios provocados por hordas de desempleados en Londres, que habían terminado con el Palacio de Buckingham asediado, el Big Ben destruido por morteros, el hotel Savoy en llamas, y Mr. Wutherspoon, el Ministro de Transporte, colgado de una farola mientras una multitud amenazante se acercaba a las oficinas de la BBC.

La mente pensante que estuvo detrás de esto fue el sacerdote católico y escritor Ronald Knox. Pese a que esta falsa noticia, que no duró más de doce minutos, estaba llena de detalles satíricos, nombres inventados y bromas sobre la política británica, muchos oyentes se asustaron, tanto que algunos huyeron al campo para librarse de la falsa histeria popular. Claro, la Primera Guerra Mundial estaba aún reciente, y la Revolución rusa había triunfado unos pocos años antes. Vieron posible una revuelta bolchevique en Londres.

Curiosamente, al día siguiente cayó una frondosa nevada que impidió que los periódicos salieran a la calle. La gente consideró que era debido a los destrozos del día anterior…

 

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