El tesoro de Rennes. Revista «Más Allá», Nº75, febrero de 2015.

EL TESORO DE RENNES
Óscar Fábrega

La primera hipótesis que se planteó fue el tesoro. De hecho, mucho antes de que el affaire Rennes-le-Château saliera a la luz por primera vez, con aquellos míticos artículos publicados en enero de 1956 en La Dépêche du Midi por Noël Corbu ―aquel que se hizo con la antigua propiedad del abad Bérenger Saunière tras comprársela a Marie Dénarnaud, la heredera, compañera y fiel escudera del curita, la misma que le había asegurado a aquel que la gente de aquel pueblo estaba pisando oro sin saberlo―, un tal Jean Girou escribió una obra sobre un viaje que realizó por la zona, titulada L’Itinéraire en Terre d’Aude (El itinerario por tierras del Aude), en la que ya se asocian las extrañas construcciones de Rennes con el supuesto hallazgo de un tesoro por parte de un cura local. En un extracto de dicha obra dice lo siguiente:
A la salida de Couiza, una carretera asciende abruptamente hacia la izquierda. Ese es el camino de Rennes-le-Château. Sobre la cresta de la meseta se recorta un decorado singular: casas en ruinas, un ruinoso castillo feudal que sobresale y se confunde con el acantilado; también villas y torres con miradores, nuevas y modernas, que contrastan de forma extraña con las ruinas. Esta es la casa de un sacerdote que construyó esa suntuosa mansión con el dinero, dicen los lugareños, ¡de un tesoro descubierto!

Esto demuestra que Corbu no se sacó de la manga la historia del tesoro como explicación de la riqueza de Saunière. Ya se hablaba de ello en el pueblo, por lo menos, veinte años antes. Pero sí que fue, realmente, el que lanzó este misterio a la luz pública, ya que, interesado en rentabilizar la inversión que había efectuado en la finca, decidió montar un hotel en la famosa Villa Betania, la mansión palaciega que construyó el abad, y un restaurante en la conocidísima Torre Magdala, la biblioteca personal de Saunière reconvertida en ícono de Rennes-le-Château. Y claro, para poder sacarle partido a esta inversión, necesitaba darle publicidad al tema, para intentar convencer a los potenciales clientes de que merecía la pena subir al aislado pueblo. Será este el motivo de los artículos de La Dépêche.

1cAhora bien, ¿qué planteaba Corbu en aquellos artículos? Argumentaba que Saunière había encontrado el tesoro perdido que siglos atrás había escondido allí la reina francesa Blanca de Castilla (1188-1252), regente de Francia en el periodo en el que su hijo, el rey Luis IX (1214-1270) estaba en las Cruzadas. ¿Por qué depositó esta reina este tesoro en Rennes-le-Château? La respuesta que aporta Corbu es, cuanto menos, curiosa: propone que la reina decidió sacar el tesoro real de Paris ante la amenaza que supuso la llamada Cruzada de los pastores, un curioso movimiento religioso liderado por un tal Maestro de Hungría que aspiraba a conseguir conquistar Tierra Santa bajo la protección de la Virgen. En realidad se trató de una horda de desheredados que bajo la batuta de aquel señor fueron arrasando todos los lugares por los que pasaban. Así, según Corbu, la reina Blanca, temiendo que saqueasen París, decidió poner a buen recaudo el tesoro real, trasladándolo a un lugar seguro. Y el lugar elegido fue Rennes-le-Château.
Esto es realmente difícil de aceptar, ya que en la época de Blanca de Castilla aún estaba en marcha la Cruzada contra los cátaros del Languedoc. Por lo tanto, el pueblo protagonista de nuestra historia, situado en el centro de aquella región, no era el lugar más indicado para esconder el tesoro real. Sobra decir que no existe constancia histórica de que se produjese ese traslado del tesoro real al sur de Francia, y mucho menos de que fuese llevado a Rennes-le-Château. Si Saunière encontró un tesoro, no fue el de la reina Blanca.

Demos un salto en el tiempo: Jean-Luc Robin ―gran conocedor de este tema porque durante años estuvo al cargo del domaine de Saunière y que, además, acabó siendo elegido alcalde, puesto que, por cierto, no llegó a disfrutar ya que falleció sospechosamente unos días antes de jurar el cargo, en el año 2008― en su imprescindible obra Rennes-le-Château, el secreto del abad Saunière (2007), propuso que lo que encontró Saunière fue un «tesoro» escondido por su antecesor de un siglo antes, Antoine Bigou, formado en parte por la herencia de Marie de Nègre, la ultima Marquesa de Blanchefort y señora de Rennes-le-Château ―recordemos que nuestro abad destruyó la lápida de esta señora, supuestamente porque contenía una clave importante para este misterio, aunque antes de ello fue transcrita por unos arqueólogos locales que visitaron la zona en 1905, algo curioso, porque si Saunière quiso ocultar algo al destruirla, lo hizo muchos años después de hacerse rico―. Pero el tesoro, según Robin, también estaría formado por los propios ahorros de Bigou y los de varias familias de la zona que se los legaron antes de huir por culpa de la Revolución francesa. Claro que este autor también propone que Saunière sabía que tenía que buscar algo, y que había sido pagado para hacerlo: unos documentos de especial trascendencia para la casa de Habsburgo, que se encontrarían entre las pertenencias de la marquesa de Blanchefort. Según Robin, en definitiva, nada fue al azar…

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Esta versión peca, como la mayoría de las que se han propuesto, de pretenciosa, y no se diferencia mucho de las que forman el corpus clásico de la tradición del misterio de Rennes-le-Château: la trama de los merovingios expuesta por Gérard De Sède(autor de El oro de Rennes ,1967)y la triada Henry Lincoln, Michael Baigent y Richard Leigh, autores de El enigma sagrado (1982), clave del arco de este mito moderno y fuente principal de la que bebió el bestseller de Dan Brown El Codigo da Vinci (2004). Según esta versión, la más extendida, aunque no por ello la más fiable, lo que encontró nuestro querido abad Saunière, también relacionado con la dichosa Marie de Nègre, fue una documentación que probaba que aquella famosa estirpe de reyes francos había perdurado en secreto a lo largo de los siglos, llegando hasta la actualidad. Por ello también fue pagado generosamente, aunque, además, encontró un tesoro, cuyo origen ya no está tan claro y que se le asigna a muchos de los sospechosos habituales de esta trama (templarios, cátaros, el tesoro del Templo de Salomón, etcétera). Claro que en El Enigma Sagrado la cosa va a mayores, como sabrán los que lo hayan leído, ya que llegan a plantear que ese linaje merovingio secreto se mezcló con la descendencia de Jesús de Nazaret y María Magdalena, llegando hasta la actualidad gracias a la protección de la ficticia sociedad secreta El Priorato de Sión.
Incluso el bueno de Noël Corbu, aunque exagerado, no planteaba que, aparte del tesoro monetario, hubiese un tesoro documental o espiritual. Su visión del misterio era más mundana y, posiblemente, cercana a la nuestra: Saunière encontró un tesoro que lo hizo enormemente rico, sin que hubiese de por medio ningún tipo de documentación interesante para nadie, ni ningún tipo de secreto por el que quién sabe quién podía pagar fortunas enormes.

Simplemente, encontró oro, lo vendió y se forró.
Con esto no queremos afirmar que Bérenger Saunière encontrasé realmente un tesoro, simplemente porque no tenemos ninguna prueba que nos permita afirmarlo. Pero los gastos que acometió para reformar la iglesia, comprar terrenos y construir la Villa Betania y la Torre Magdala —junto con los suntuosos bienes muebles que contenían— tampoco se corresponden ni con el tráfico de misas del que le acusó la Iglesia ni con las fuentes que él mismo reconoció durante dicho proceso —donaciones, sueldos suyos y de la familia Dénarnaud…—.
La cantidad gastada, fuera cual fuese, es tan elevada que nada de esto parece encajar. De hecho, con que nos quedemos simplemente con las cifras que el mismo Bérenger Saunière presentó a sus superiores, que ascendían a unos 196 000 francos (de aquella época, principios del siglo XX), tanto el tráfico de misas como las donaciones parecen insuficientes para explicarlas. Y además, como podemos elucubrar, seguramente lo que gastó fue aún más, ya que esa relación, como hemos comentado, es la que presentó ante la comisión que le estaba investigando y con la que, necesariamente, tenía que mostrarse conservador en las cifras. (Cuanto más dinero afirmase haber gastado, más dinero tenía que justificar)
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Además, es posible —que conste que seguimos elucubrando— que se diesen todas estas circunstancias a la vez: que Saunière trapichease con las misas —como evidentemente parece que fue y ha sido más que demostrado, aunque no alcance a explicar la totalidad de su fortuna—, que recibiese donaciones de particulares y que encontrase un pequeño tesoro… entre otras actividades económicas que emprendió, como el tráfico ilegal de alcohol o la venta de una colección de treinta y tres postales que algo más de dinero aportarían al montante de su haber.
Pero, ¿qué tesoro pudo encontrar? Propongamos una hipótesis, si nos lo permiten:
Casi todos los historiadores e investigadores franceses dan por hecho que el pueblo protagonista de esta historia que vamos a contar, Rennes-le-Château, fue antiguamente parte de una desaparecida ciudad visigoda llamada Rhedae. Lamentablemente, el registro arqueológico que disponemos no permite asegurarlo con rotundidad, aunque parece bastante probable que fuese así. ¿Por qué es importante esto? Pues por la sencilla razón de que esto podría explicar el auténtico y aun no explicado origen de la fortuna de aquel pequeño curita rural, Bérenger Saunière, que se hizo tremendamente rico de la noche a la mañana. Quizás, aventurando un poco, lo que encontró fue algún tesoro de origen visigodo perteneciente a los restos de la perdida Rhedae. Y no sería raro, ya que tenemos otros casos parecidos. Sirva este de ejemplo:
En 1926 un labrador de la pequeña localidad jiennense de Torredonjimeno, cercana a Jaén capital, llamado Francisco Arjona, encontró, mientras cavaba los olivos de la finca de un señorito, una serie de objetos dorados cubiertos de tierra y escondidos entre los restos de lo que parecían unas ruinas. Parece ser que no les prestó demasiada importancia, tanto que durante años el tesoro estuvo abandonado en el desván de su casa. Hasta que siete años después, en 1933, unos compradores de oro y antigüedades de Porcuna, sin que se sepa muy bien cómo, dieron con aquel escondrijo y se llevaron un primer lote que vendieron a un chamarilero de Córdoba, quien a su vez lo vendió al Museo Arqueológico Nacional por una modesta cantidad. A partir de entonces se fueron encontrando nuevos restos que acabaron conformando lo que se conoce como el tesoro de Torredonjimeno. En realidad formaban parte de varios ajuares de una necrópolis visigoda del siglo VII y se encuentra actualmente repartido entre los museos arqueológicos de Madrid, Barcelona y Córdoba.
¿Adónde queremos ir con todo esto? Pues a plantear, simplemente, que no sería nada extraño que nuestro protagonista, Bérenger Saunière, hubiese encontrado fortuitamente un tesoro que le permitiese disponer de una pequeña fortuna con la que pudo levantar su ostentosa finca señorial, su mansión palaciega y la Torre Magdala. Y es muy posible que aquel tesoro tuviese origen visigodo, al igual que el ejemplo que hemos mencionado antes u otros casos similares, como el famoso tesoro de Guarrazar.
Ni siquiera tuvo que ser demasiado grande, ya que, repetimos, se ha exagerado mucho la cuantía de sus gastos. Y tampoco tuvo que ser —como ha planteado la optimista imaginación de alguno de los investigadores de este tema— un tesoro con mayúsculas, tipo el tesoro de los Cátaros, o el tesoro de los Visigodos, o el tesoro de los Templarios. Pudo, simplemente, ser UN tesoro de los visigodos, de los templarios, de los cátaros o de alguna familia local con posibles. Un tesoro normalito de los muchos, muchísimos, que se han encontrado y que han sido expoliados, vendidos, fundidos y dispersados.
Igual Saunière se topó, siguiendo con nuestra hipótesis, con un pequeño tesoro local, y en vez de informar a sus superiores o a las autoridades locales, que sin duda habrían querido quedárselo, decidió callarse, esconderlo y buscarse la vida para ir fundiéndolo o cambiándolo poco a poco, algo que, por otro lado, igual explica sus viajes y sus ausencias de varios días. Y es que, recordemos, en aquellos momentos y tras la Revolución Francesa, todas las propiedades de la Iglesia pasaron a ser del Estado, lo que implicaba que cualquier hallazgo que se produjese en el interior de un templo debía ser entregado…

Lo maravilloso de todo este embrollo es que, en un momento clave de esta trama, a comienzos de los años sesenta del siglo pasado, alguien se enteró de esta historia y, en un derroche orgásmico de imaginación desbordada se inventó una rocambolesca historia que implicaba a la antigua casa de David, el tesoro del rey Salomón, los merovingios, los templarios, la masonería y a varias de las casas reales y aristócratas de Europa. Y no solo eso: elaboró, solo o en compañía de otros, una complicadísima trama que fue poco a poco filtrando a varios investigadores que, ávidos de encontrar verdades ocultas que permitan vender libros como rosquillas, se dejaron seducir por los delirios de un inteligentísimo megalómano. Además, estos mismos investigadores retroalimentaron la leyenda, engrandeciendo hasta proporciones descomunales los pilares que la imaginación y, todo sea dicho, la erudición del creador de este Mito, habían establecido. ¿Quién fue esta eminencia gris que movió los hilos de todo este affaire durante treinta años? Pues nada más y nada menos que Pierre Plantard de Saint Clair, un perturbador manipulador del que no se conocía demasiado y sobre el que gira nuestra propuesta literaria, Prohibido excavar en este pueblo (Booket, 2014), el primer ensayo de investigación en castellano que profundiza sobre esta inquietante figura tan desconocida para el gran público. Hasta ahora…

Recuadro 1

cartes-postales-rennes-015Un aspecto sumamente interesante de todo este affaire, y que no aparece en la bibliografía publicada, es el significativo hecho de que el abad Saunière, allá por 1906, confeccionó una colección de treinta y tres postales que puso a la venta en el balneario del cercano pueblo de Rennes-les-Bains, muy frecuentado por turistas. Lo curioso es que en aquellas postales, aparte de mostrar el antiguo castillo del pueblo, se centraba en exponer públicamente las construcción que él mismo había realizado en su finca ¿Por qué un cura rural de un pueblo tremendamente modesto, aunque venido a más gracias a una fortuna de origen incierto, se fotografía a sí mismo en sus inexplicadas construcciones y, además, vende esas postales a los turistas, a los que, de camino, invitaba a visitar su domaine? Sea cual sea la explicación, esto parece indicar que Saunière, una vez convertido en nuevo rico y tras levantar sus grandilocuentes construcciones se vio en la necesidad de mostrarlas al público. Sin duda es un claro ejemplo de su desmedido ego y de sus pretensiones megalómanas. Y de que quizás fue el propio abad el primero en vender el misterio sobre su persona y su desconcertante riqueza.

 

Recuadro 3
En nuestro país, a excepción de las obras de Lorenzo Fernández Bueno (Los guardianes del secreto: la revelación del mayor enigma de Occidente; Rex Mundi), Josep Guijarro (Rex Mundi) o Luis Miguel Martínez Otero (El Priorato de Sion), la bibliografía sobre Rennes-le-Château brillaba por su escasez. Pero en el 2013 sucedió un curioso fenómeno: vieron la luz tres obras monográficas dedicadas a este apasionante misterio, así como las investigaciones independientes de algunos “buscadores” que han venido a aportar interesantes novedades a la cuestión que nos ocupa. Y lo curioso es que todas estas obras se confeccionaron sin que sus autores se conociesen ni estuviesen en contacto. Así, por un lado se publicó en formato digital Prohibido excavar en este pueblo de Óscar Fábrega ―recientemente publicada en papel por la editorial Booket, del Grupo Planeta―.

1bTambién vio la luz la obra del investigador catalán Enric Sabarich, titulada El secreto de Rennes-le-Château: un viaje iniciático al origen de la leyenda (Círculo Rojo), una magnifica reconstrucción de toda esta trama dotada de un gran sentimiento crítico que la hace seria y rigurosa. Una especie de guía de viajes centrada en este misterio que ofrece una propuesta novedosa e interesante: ¿Y si lo que encontró Saunière fue algún tipo de documento susceptible de ser ocultado a los ojos inquisitoriales de la Iglesia católica? ¿Pudo encontrar algún tipo de manuscrito o evangelio prohibido por Roma? Pues igual sí, nos plantea este autor. Por otro lado, se publicó El Caballo del Diablo: Jaque mate a los pergaminos de Rennes-le-Château (Punto Rojo), escrita por Alex Loro y Xavi Bonet. En esta obra, estos jóvenes investigadores catalanes, analizan pormenorizadamente la codificación de los famosos pergaminos que supuestamente encontró el abad Saunière, así como las claves y los métodos empleados. Y lo hacen partiendo desde, sin ideas preconcebidas y alejándose de la inercia acomodaticia de muchos investigadores que han dado por buena la historia de estos pergaminos y su supuesto texto en claro. Y tras este arduo trabajo,han logrado demostrar que nada de esto es como pensábamos, aportando la evidencia contundente y definitiva que demuestra que estos pergaminos, piedra angular del Mito creado por Plantard, son falsos.
Cabe destacar, además, el trabajo del vallisoletano Juan Carlos Pasalodos, que, desde su web Quaerendo-invenietis, ha realizado una labor excelente de investigación en torno a qué se esconde bajo el subsuelo de la iglesia de Rennes-le-Château, planteando una sugerente hipótesis en torno a los accesos, hoy bloqueado, a la antigua cripta de los señores de Rennes, en la que se centran muchas de las actuales esperanzas de averiguar qué encontró Saunière y que, a falta de las necesarias excavaciones arqueológicas, sigue sin poder encontrarse. Y es que, ya saben, está prohibido excavar en este pueblo…
Afortunadamente, gracias a esta nueva generación de investigadores el tema ha vuelto a ponerse sobre la mesa y muchas de las mentiras y las medias verdades aceptadas y extendidas han ido sucumbiendo una tras otra.

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