Epílogo de la obra «Las tumbas secretas de Rennes-le-Château», de Juan Carlos Pasalodos. Enero de 2016

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UN EPÍLOGO INFORMAL

Bueno, por fin lo ha revelado el bueno de Juan Carlos. Alguien está excavando en Rennes-le-Château, y, sea quien sea el desalmado que lo esté haciendo, sabe que allí, en aquel bello pueblo, está prohibido excavar. O sea, algún listo, o lista, a sabiendas de que aquello es ilegal, ha decidido, pertrechado de pico, pala, tiempo y ganas, ponerse a cavar en el suelo del campanario en busca de… ¿Qué? ¿Qué demonios esperan encontrar allí?
O quizás, como expresa con cierto tono de desasosiego el amigo Pasalodos, ya lo han hecho, ya han llegado a la cripta de nuestro amores. Ya saben lo que hay allá abajo, o lo que hubo, o lo que no hay…
Pero no han dicho nada. Se han callado.
Y esto, queridos lectores, no se hace.
No voy a ser yo el que critique a estos intrépidos profanadores de campanarios por echarle arrojos y ponerse a excavar, pasando de lo que diga la comuna, el alcalde, la Iglesia, y el dichoso DRAC ―Direction Régionale des Affaires culturelles―. Alguien tenía que hacerlo, dada la inmovilidad agotadora de este asunto. ¡Olé por ellos! Lo que fastidia es que no hayan informado de lo que han encontrado, si es que han encontrado algo. Porque resulta que de esto hace ya un tiempo ―al menos un año, que sepamos―, y nadie, desde entonces, ha dicho absolutamente nada.
Ahora bien, ¿por qué? ¿Se han callado, simplemente, porque reconocer lo que han hecho supone admitir que han cometido un delito? Quizás, sí. O ¿acaso han encontrado los restos de aquel fabuloso tesoro compuesto por miles de millones de francos del que habló Corbu en los cincuenta? Recuerden que, según este, ni siquiera Saunière, que gastaba el dinero a manos rotas, pudo dilapidarlo. ¿Podría ser? No, todo parece indicar que no, que ni el tesoro era tan grande, ni Saunière tan derrochador y casquivano. Así que, lo más seguro es que nuestros profanadores de criptas, como mucho, han encontrado… la cripta.
Y, quizás, la Coca-cola que dejó Alain Féral.
Que tampoco es poco, queridos. Ya nos hubiese gustado a nosotros, a este grupo de investigadores españoles, reunidos en torno a Maese Sabarich, ser los primeros en pisar el enigmático subsuelo de la Iglesia de Santa María Magdalena. Ya le hubiese gustado a Henry Lincoln, a Jean-Luc Robin o a Gérard de Sède. ¡O a mi amado Pierre Plantard!
Pero no, los primeros en acceder a la cripta, si es que finalmente han conseguido hacerlo, son unos anónimos franceses ―o no― que, a escondidas, en complot, han excavado en aquel templo terrible. ¡Malditos sean!
Por otro lado, ardo en deseos por saber qué pasará ahora que el amigo Juan Carlos, aventurero castellano de sangre caliente, ha levantado la alfombra y, tras mucho tiempo reconcomiéndole por sus adentros, ha decido revelar algo que sólo unos pocos privilegiados sabíamos.
Seguro que aparecerán los iluminados de turno a decir que ya lo sabían ellos, gracias a sus privilegiadas fuentes, pero que se habían callado por prudencia; o que allí han encontrado los restos del nazareno aquel, pero que el Vaticano, que siempre está a la que salta, ha zanjado el asunto a base de billetes; o que allí abajo se escondía una puerta interdimensional que permite a los habitantes de Ganímedes comunicarse con nosotros y con la nuera de Chaplin.
En definitiva, aparecerán los vendehúmos del misterio que, nunca dispuestos a cerrar el chiringuito y ponerse a contar verdades, comenzarán a lanzar bulos y «mediasverdades» exageradas. Nada nuevo bajo el sol.
Pero no podrán decir que fueron los primeros en descubrir que se está excavando en Rennes-le-Château. El primero fue, queridos lectores, el autor de este libro que, espero, hayan disfrutado.
Eso sí, quizás este secreto, por fin desvelado, sirva para que podamos conocer la verdad. ¿Imaginan que, dentro de un tiempo, cuando aquello se haya excavado y acondicionado, podamos bajar a la cripta de la iglesia? ¿Sería genial no?
Esperemos que así sea.

Perpetrado por Óscar Fábrega.

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