Homo insolitus 42: La primera mujer en el espacio

Homo insolitus 42: La primera mujer en el espacio

«Si las mujeres pueden ser ferroviarias en Rusia, ¿por qué no pueden volar en el espacio?». Esto dijo, a mediados de 1963, nuestra Homo insolitus de hoy, la primera mujer que viajó al espacio, la soviética Valentina Vladímirovna Tereshkova.

No se pierdan su historia.

Nació en el seno de una familia rural de Máslennikovo, un pequeño pueblo de Yaroslavl, en la actual Rusia, el 6 de marzo de 1937. Su padre falleció cuando tenía solo tres años, durante la recién iniciada Segunda Guerra Mundial, luchando contra los nazis en algún lugar de Finlandia. No pudo terminar sus estudios primarios por culpa de la precaria situación económica de su familia, aunque, tras trabajar un tiempo en una fábrica de neumáticos y en una fábrica textil, consiguió estudiar por correspondencia y, posteriormente, en una escuela nocturna. Además, se interesó por el paracaidismo —realizó su primer salto en 1959, con 22 años, y se convirtió en monitora de un club en Yaroslavl— y por la política  —fue secretaria de la organización juvenil del Partido Comunista, el Komsomol.

En 1962, con veinticinco años, consiguió ser seleccionada para el cuerpo femenino de cosmonautas. Un año antes, Yuri Gagarin se había convertido en el primer humano en viajar al espacio en la Vostok I. Sergey Korolyov, responsable de los proyectos espaciales de la URSS, estaba interesado en determinar si las mujeres tenían la misma resistencia física y psicología en el espacio,  y con esa intención llegó a reunir cerca de cuatrocientas mujeres. Valentina quedó entre las cinco finalistas para la primera misión femenina, y gracias a su filiación al partido y a su experiencia como paracaidista, terminó siendo la elegida, a pesar de que no era miembro del ejército.

Tras un entrenamiento intensivo y brutal, el 16 de junio de 1963, a las 9:29 hora local, fue lanzada a bordo de la Vostok VI, desde la base de Baikonur, convirtiéndose en la primera mujer y el primer civil que viajaba al espacio. Estados Unidos tardaría dos décadas más hacerlo (con Sally Ride, en 1983). Pero no piensen que en Rusia fue habitual esto de las mujeres astronautas: hasta 1982 ninguna otra soviética siguió los pasos de Valentina —lo hizo Svetlana Savítskaya.

El nombre en clave de Valentina fue Chaika, que significa «gaviota», y así fue conocida durante el resto de su vida, tanto que en su honor se le puso ese nombre a un asteroide (1671 Chaika). No es para menos. Aquello fue una auténtica proeza. Las 70 horas y 50 minutos que pasó en el espacio, durante las que pudo dar cuarenta y ocho vueltas alrededor de la Tierra, suponían más tiempo de vuelo que la suma de todos los tiempos de todos los astronautas estadounidenses que habían volado antes de esa fecha. Pero fueron terribles para ella. Además del malestar generalizado, de los mareos y de los vómitos durante aquellos tres días, no pudo ponerse de pie durante un mes por culpa de la brutal pérdida de calcio que sufrió. Y no solo eso: a su regreso tuvo que lanzarse en paracaídas desde más de seis mil metros de altura, tras abandonar su cápsula espacial, tomando tierra en Karaganda (actual Kazajstán). El enérgico golpe sufrido en la cara mientras discurría la maniobra de catapultamiento le produjo un enorme moratón facial.

Según explicó posteriormente, una lugareña que le ayudó en aquel accidentado aterrizaje, le preguntó si había visto a Dios. Valentina le contestó que no, seguramente porque su nave había seguido otra ruta y no se habían cruzado…

primera mujer astronautaFue, en definitiva, un gran paso para la carrera espacial rusa y, especialmente, para la igualdad de derechos entre géneros, aunque, todo sea dicho, algunos de sus compañeros varones de la fuerza aérea rusa le acusaron de haber estado borracha durante el viaje y de insubordinación. Pero la mayor parte de sus paisanos la recibieron con honores y, a lo largo de los años, recibió numerosas condecoraciones en la URSS, además de varias distinciones internacionales, como la medalla de oro Joliot-Curie o el premio Simba, en 1982, por su importante labor en la promoción de la mujer.

De hecho, Valentina estuvo a punto de dirigir la primera misión espacial con una tripulación compuesta solo por mujeres, pero la muerte del astronauta Vladímir Komarov en 1967, durante el vuelo de regreso de otra misión, anuló los planes.

Tuvo una hija, Yelena, fruto de su matrimonio con Andrian Nikolayev, un astronauta que había viaja al espacio unos meses después de Gagarin, en 1962, con el que se casó cinco meses después su proeza (el 3 de noviembre de 1963). Las malas lenguas aseguran que el enlace fue cosa de Nikita Kruschev, dirigente del país, con la intención de comprobar si la estancia de ambos en el espacio podía afectar a su fertilidad. Sea como fuere, el nacimiento de Yelena en 1964, solo un año después, suscitó gran interés porque se trataba de la primera persona que nacía de padres que habían estado en órbita. Nació completamente normal, pero el embarazo fue complicadísimo para Valentina por culpa de las secuelas físicas de su misión. Hoy en día es cirujana.

Y continuó predicando con el ejemplo: en 1968 fue nombrada jefa del comité de mujeres soviéticas; en 1969, el mismo año que los yanquis llegaban a la Luna, se graduó como ingeniera espacial en la academia Zhukovsky de la fuerza aérea soviética, y en 1977 se doctoró; además fue diputada del Sóviet Supremo entre 1966 y 1974, y llegó a ser elegida miembro del Presidium, una especie de jefatura de estado colectiva dentro del Sóviet Supremo, entre 1974 y 1989.

En 2013, el presidente Vladimir Putin la galardonó con la Orden de Alexánder Nevski en conmemoración del cincuenta aniversario de su periplo espacial. Durante aquel homenaje expresó su deseo de viajar a Marte: «Conocemos los límites humanos. Y para nosotras, esto sigue siendo un sueño. Lo más probable es que el primer vuelo sea de una sola dirección. Pero estoy lista».

Una curiosidad para terminar: tras su regreso, las autoridades soviéticas le preguntaron qué podían hacer por ella como agradecimiento por su labor. Valentina pidió que buscasen el lugar donde había fallecido su padre. No solo lo encontraron, sino que levantaron un monumento en su honor en una localidad llamada Lemetti, muy cerca de la frontera con Finlandia.

Eso sí, nunca pudo conducir una locomotora, su gran sueño incumplido… por ahora.

Publicado el domingo 15-04-2018 en La Voz de Almería

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