La gran mentira de Rennes. Revista «El Ojo Crítico», Nº 79, diciembre de 2015.

 

EL TESORO

El 1 de junio de 1885, un joven sacerdote llamado François-Bérenger Saunière (nacido en 1852), llegó a Rennes-le-Château, una pequeña localidad del Languedoc francés, situada en pleno corazón del valle del Aude, para hacerse cargo de la iglesia local. Allí pasaría el resto de sus días hasta su muerte, el 22 de enero de 1917.

Lo que se encontró no podía ser más descorazonador: una iglesia, consagrada a Santa María Magdalena, prácticamente en ruinas, y un pueblo, de no más de doscientos habitantes, tremendamente pobre y desolado.

1Lo primero que se propuso el nuevo cura fue restaurar, en la medida de lo posible, el templo. Y comenzó por cambiar el altar, gracias a una donación de una señora de la zona, Marie Cavailhé, como cumplimiento de una promesa que hizo un tiempo atrás, cuando cayó enferma en Rennes-le-Château y se recuperó milagrosamente. Aquí nacerá la leyenda, ya que, según se ha venido afirmando, al levantar la losa de piedra del altar, encontró, en uno de los pilares que la sujetaba, una serie de pergaminos.

Se dice que Saunière se los llevó para intentar descifrarlos. Pero el alcalde del pueblo se enteró y le pidió una traducción de ellos, que el sacerdote le dio tras un tiempo, escrita de su puño y letra. El texto, al parecer, tenía que ver con la construcción del altar. De hecho, ese tipo de cavidad era normal en los altares primitivos: se llamaba capsa y en ella, en el momento de la consagración de un templo, se solía introducir un documento que atestiguaba dicha ceremonia, a veces acompañado de alguna reliquia.

Pero por desgracia nada de esto se sabe con seguridad, ya que las distintas versiones de la historia difieren al respecto. Pero la versión más extendida, la que se acabará repitiendo hasta la sociedad y la que los franceses llaman La Belle Histoire, es la que planteó por primera vez Gérard de Sède, en El oro de Rennes. Este autor afirmaba que Bérenger Saunière había encontrado tres tubitos de madera con cuatro pergaminos en su interior. Hará una copia de ellos por petición del alcalde y luego, a instancias del obispo Billard, se marchará a París para que los descifren Émile Hoffet y el padre Bieil de Saint-Sulpice. Pero, curiosamente, no se aportaron los textos decodificados. Años después, en la clásica obra El enigma sagrado, se contó la misma historia que narró De Sède, aunque agregando unos cuantos datos más sobre los pergaminos: «Se dice que dos de los pergaminos eran genealogías, datando una de 1244 y la otra de 1644. Al parecer los otros dos documentos los había redactado en el decenio de 1780 uno de los predecesores de Saunière, el abate Antoine Bigou».  Y aquí, por fin, se muestran los textos desencriptados.4

La Belle Histoire continuaría tras el regreso de Saunière de París: desde entonces, sin que se sepa muy bien por qué, comenzó a mostrarse esquivo y errático. Y empezó a disponer de grandes cantidades de dinero, lo que le permitió remodelar por completo la Iglesia y reconstruir la casa parroquial. Además, compró una serie de terrenos, cercanos al templo, donde edificó una mansión palaciega, la Villa Betania, y una torre neogótica en la que alojó su biblioteca, la famosa Torre Magdala. Y todo esto sin tener en cuenta la enorme cantidad de dinero que invirtió en joyas, porcelanas, libros y demás.

La pregunta, necesaria, es: ¿de dónde sacó el dinero? La primera hipótesis que se planteó fue el tesoro. De hecho, mucho antes de que el affaire Rennes-le-Château saliera a la luz por primera vez, con aquellos míticos artículos publicados en enero de 1956 en La Dépêche du Midi por Noël Corbu ―aquel que se hizo con la antigua propiedad del abad Bérenger Saunière tras comprársela a Marie Dénarnaud, la heredera, compañera y fiel escudera del curita, la misma que le había asegurado a aquel que la gente de aquel pueblo estaba pisando oro sin saberlo―, un tal Jean Girou escribió una obra sobre un viaje que realizó por la zona, titulada L’Itinéraire en Terre d’Aude (El itinerario por tierras del Aude), en la que ya se asocian las extrañas construcciones de Rennes con el supuesto hallazgo de un tesoro por parte de un cura local. En un extracto de dicha obra dice lo siguiente:

A la salida de Couiza, una carretera asciende abruptamente hacia la izquierda. Ese es el camino de Rennes-le-Château. Sobre la cresta de la meseta se recorta un decorado singular: casas en ruinas, un ruinoso castillo feudal que sobresale y se confunde con el acantilado; también villas y torres con miradores, nuevas y modernas, que contrastan de forma extraña con las ruinas. Esta es la casa de un sacerdote que construyó esa suntuosa mansión con el dinero, dicen los lugareños, ¡de un tesoro descubierto!

Esto demuestra que Corbu no se sacó de la manga la historia del tesoro como explicación de la riqueza de Saunière. Ya se hablaba de ello en el pueblo, por lo menos, veinte años antes. Pero sí que fue, realmente, el que lanzó este misterio a la luz pública, ya que, interesado en rentabilizar la inversión que había efectuado en la finca, decidió montar un hotel en la famosa Villa Betania, la mansión palaciega que construyó el abad, y un restaurante en la conocidísima Torre Magdala, la biblioteca personal de Saunière reconvertida en ícono de Rennes-le-Château. Y claro, para poder sacarle partido a esta inversión, necesitaba darle publicidad al tema, para intentar convencer a los potenciales clientes de que merecía la pena subir al aislado pueblo. Será este el motivo de los artículos de La Dépêche

3Ahora bien, ¿qué planteaba Corbu en aquellos artículos? Argumentaba que Saunière había encontrado el tesoro perdido que siglos atrás había escondido allí la reina francesa Blanca de Castilla (1188-1252), regente de Francia en el periodo en el que su hijo, el rey Luis IX (1214-1270) estaba en las Cruzadas. ¿Por qué depositó esta reina este tesoro en Rennes-le-Château? La respuesta que aporta Corbu es, cuanto menos, curiosa: propone que la reina decidió sacar el tesoro real de Paris ante la amenaza que supuso la llamada Cruzada de los pastores, un curioso movimiento religioso liderado por un tal Maestro de Hungría que aspiraba a conseguir conquistar Tierra Santa bajo la protección de la Virgen. En realidad se trató de una horda de desheredados que bajo la batuta de aquel señor fueron arrasando todos los lugares por los que pasaban. Así, según Corbu, la reina Blanca, temiendo que saqueasen París, decidió poner a buen recaudo el tesoro real, trasladándolo a un lugar seguro. Y el lugar elegido fue Rennes-le-Château.

Esto es realmente difícil de aceptar, ya que en la época de Blanca de Castilla aún estaba en marcha la Cruzada contra los cátaros del Languedoc. Por lo tanto, el pueblo protagonista de nuestra historia, situado en el centro de aquella región, no era el lugar más indicado para esconder el tesoro real. Sobra decir que no existe constancia histórica de que se produjese ese traslado del tesoro real al sur de Francia, y mucho menos de que fuese llevado a Rennes-le-Château. Si Saunière encontró un tesoro, no fue el de la reina Blanca.

Demos un salto en el tiempo: Jean-Luc Robin ―gran conocedor de este tema porque durante años estuvo al cargo del domaine de Saunière y que, además, acabó siendo elegido alcalde, puesto que, por cierto, no llegó a disfrutar ya que falleció sospechosamente unos días antes de jurar el cargo, en el año 2008― en su imprescindible obra Rennes-le-Château, el secreto del abad Saunière (2007), propuso que lo que encontró Saunière fue un «tesoro» escondido por su antecesor de un siglo antes, Antoine Bigou, formado en parte por la herencia de Marie de Nègre, la ultima Marquesa de Blanchefort y señora de Rennes-le-Château ―recordemos que nuestro abad destruyó la lápida de esta señora, supuestamente porque contenía una clave importante para este misterio, aunque antes de ello fue transcrita por unos arqueólogos locales que visitaron la zona en 1905, algo curioso, porque si Saunière quiso ocultar algo al destruirla, lo hizo muchos años después de hacerse rico―.  Pero el tesoro, según Robin, también estaría formado por los propios ahorros de Bigou y los de varias familias de la zona que se los legaron antes de huir por culpa de la Revolución francesa. Claro que este autor también propone que Saunière sabía que tenía que buscar algo, y que había sido pagado para hacerlo: unos documentos de especial trascendencia para la casa de Habsburgo, que se encontrarían entre las pertenencias de la marquesa de Blanchefort. Según Robin, en definitiva, nada fue al azar…

Esta versión peca, como la mayoría de las que se han propuesto, de pretenciosa, y no se diferencia mucho de las que forman el corpus clásico de la tradición del misterio de Rennes-le-Château: la trama de los merovingios expuesta por Gérard De Sède(autor de El oro de Rennes ,1967)y la triada Henry Lincoln, Michael Baigent y Richard Leigh, autores de El enigma sagrado (1982), clave del arco de este mito moderno y fuente principal de la que bebió el bestseller de Dan Brown El Codigo da Vinci (2004). Según esta versión, la más extendida, aunque no por ello la más fiable, lo que encontró nuestro querido abad Saunière, también relacionado con la dichosa Marie de Nègre, fue una documentación que probaba que aquella famosa estirpe de reyes francos había perdurado en secreto a lo largo de los siglos, llegando hasta la actualidad. Por ello también fue pagado generosamente, aunque, además, encontró un tesoro, cuyo origen ya no está tan claro y que se le asigna a muchos de los sospechosos habituales de esta trama (templarios, cátaros, el tesoro del Templo de Salomón, etcétera). Claro que en El Enigma Sagrado la cosa va a mayores, como sabrán los que lo hayan leído, ya que llegan a plantear que ese linaje merovingio secreto se mezcló con la descendencia de Jesús de Nazaret y María Magdalena, llegando hasta la actualidad gracias a la protección de la ficticia sociedad secreta El Priorato de Sión.

Incluso el bueno de Noël Corbu, aunque exagerado, no planteaba que, aparte del tesoro monetario, hubiese un tesoro documental o espiritual. Su visión del misterio era más mundana y, posiblemente, cercana a la nuestra: Saunière encontró un tesoro que lo hizo enormemente rico, sin que hubiese de por medio ningún tipo de documentación interesante para nadie, ni ningún tipo de secreto por el que quién sabe quién podía pagar fortunas enormes. Simplemente, encontró oro, lo vendió y se forró.

Con esto no queremos afirmar que Bérenger Saunière encontrasé realmente un tesoro, simplemente porque no tenemos ninguna prueba que nos permita afirmarlo. Pero los gastos que acometió para reformar la iglesia, comprar terrenos y construir la Villa Betania y la Torre Magdala —junto con los suntuosos bienes muebles que contenían— tampoco se corresponden ni con el tráfico de misas del que le acusó la Iglesia ni con las fuentes que él mismo reconoció durante dicho proceso —donaciones, sueldos suyos y de la familia Dénarnaud…—.

La cantidad gastada, fuera cual fuese, es tan elevada que nada de esto parece encajar. De hecho, con que nos quedemos simplemente con las cifras que el mismo Bérenger Saunière presentó a sus superiores, durante la investigación a la que fue sometido por la propia Iglesia durante los últimos años de su vida, que ascendían a unos 196 000 francos (de aquella época, principios del siglo XX), tanto el tráfico de misas, de lo que era acusado, como las donaciones de particulares, parecen insuficientes para explicarlas. Y además, como podemos elucubrar, seguramente lo que gastó fue aún más, ya que esa relación es la que presentó ante la comisión que le estaba investigando y con la que, necesariamente, tenía que mostrarse conservador en las cifras. (Cuanto más dinero afirmase haber gastado, más dinero tenía que justificar)

Además, es posible —que conste que seguimos elucubrando— que se diesen todas estas circunstancias a la vez: que Saunière trapichease con las misas —como evidentemente parece que fue y ha sido más que demostrado, aunque no alcance a explicar la totalidad de su fortuna—, que recibiese donaciones de particulares y que encontrase un pequeño tesoro… entre otras actividades económicas que emprendió, como el tráfico ilegal de alcohol o la venta de una colección de treinta y tres postales que algo más de dinero aportarían al montante de su haber.5

Pero, ¿qué tesoro pudo encontrar? No lo sabemos, pero es posible que fuese algún tesoro visigodo, dado que Rennes-le-Château, fue antiguamente parte de una desaparecida ciudad visigoda llamada Rhedae. Lamentablemente, el registro arqueológico que disponemos no permite asegurarlo con rotundidad, aunque parece bastante probable que fuese así.

Comenzando a destruir mitos, hay que dejar claro que el tesoro no tuvo porqué ser demasiado grande, ya que, repetimos, se ha exagerado mucho la cuantía de sus gastos. Y tampoco tuvo que ser —como ha planteado la optimista imaginación de alguno de los investigadores de este tema— un tesoro con mayúsculas, tipo el tesoro de los Cátaros, o el tesoro de los Visigodos, o el tesoro de los Templarios. Pudo, simplemente, ser UN tesoro de los visigodos, de los templarios, de los cátaros o de alguna familia local con posibles. Un tesoro normalito de los muchos, muchísimos, que se han encontrado y que han sido expoliados, vendidos, fundidos y dispersados.

Igual Saunière se topó, siguiendo con nuestra hipótesis, con un pequeño tesoro local, y en vez de informar a sus superiores o a las autoridades locales, que sin duda habrían querido quedárselo, decidió callarse, esconderlo y buscarse la vida para ir fundiéndolo o cambiándolo poco a poco, algo que, por otro lado, igual explica sus viajes y sus ausencias de varios días. Y es que, recordemos, en aquellos momentos y tras la Revolución Francesa, todas las propiedades de la Iglesia pasaron a ser del Estado, lo que implicaba que cualquier hallazgo que se produjese en el interior de un templo debía ser entregado…

LA MENTIRA

Lo maravilloso de todo este embrollo es que, en un momento clave de esta trama, a comienzos de los años sesenta del siglo pasado, alguien se enteró de esta historia y, en un derroche orgásmico de imaginación desbordada se inventó una rocambolesca historia que implicaba a la antigua casa de David, el tesoro del rey Salomón, los merovingios, los templarios, la masonería y a varias de las casas reales y aristócratas de Europa. De ello hablaremos en otra ocasión. Ahora, pasemos a desmontar algunos de las mentiras que se han vertido sobre este affaire.

  1. Los pergaminos son falsos. Son una falsificación moderna realizada en los años sesenta por el marqués Philippe de Chérisey, socio y amigo de Pierre Plantard, el gran mentiroso, del que también hablaremos en otra ocasión, como él mismo reconoció en los años ochenta. Por si quedaba alguna duda al respecto, en el año 2013, dos amigos e investigadores catalanes, Xavi Bonet y Alex Loro, publicaron una magistral investigación titulada El caballo del Diablo, en la que demuestran, con evidencia, no sólo que son falsos, sino que, además, estaban llenos de errores.
  2. Si los pergaminos son falsos, parte de la Belle Histoire cae por su peso: Y es que el mensaje desencriptado de esos supuestos pergaminos era fundamental para enlazar el asunto de Rennes-le-Château y la trama merovingia que proponían los autores de El Enigma Sagrado. Aquel supuesto viaje a París que realizó Saunière no se habría producido —al menos, no en los términos que se propone en las obras del Mito—. Y, por lo tanto, el curita no pudo entrar en contacto con la élite del ocultisimo parísino, ni habría conocido a Emma Calvé, su supuesta amante, tal y como se ha ido afirmando acríticamente.6
  3. Así que tampoco habría comprado los famosos cuadros en el Louvre (Los pastores de la Arcadia de Nicolas Poussin y Las tentaciones de San Antonio de Teniers, claves para la trama).
  4. Al ser falsos los pergaminos, y no comprar los cuadros en París, se cae por su peso otro de los mitos de esta historia: siempre se ha dicho que el cuadro de Poussin tenía que ver con una supuesta tumba que se encontraba muy cerquita de Rennes, en Arques, tremendamente parecida a la del cuadro. Sabemos, por otras fuentes, que esta tumba es de principios del siglo XX, pero además, sin pergaminos, no hay cuadros, ni relación con Poussin. Es más, existe evidencia documental que demuestra que la tumba fue manipulada en los setenta para que se pareciese aún más a la representa en la obra pictórica.
  5. Una de las leyendas más extendidas afirma que la iglesia de Rennes está llena de iconografía heterodoxa, lo que ha llevado a que muchos planteen que Saunière pudo pertenecer a algún tipo de sociedad secreta o a algún grupo ocultista. Al margen de que sabemos por su biografía que, en realidad, fue un fundamentalista cristiana, conservador y antirrepublicano, lo que no parece encajar con una personalidad relacionada con lo heterodoxo, no hay nada en este templo que sea realmente extraño. Y los ejemplos que se han propuesto, se han interpretado erróneamente. Veamos algunos de los significativos:

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Encima del arco de la puerta, aún perdura una inscripción que se ha hecho famosa, más que nada por lo tergiversado de su interpretación: TERRIBILIS EST LOCUS ISTE (Este lugar es terrible.) ¿Por qué pondrá eso en una iglesia? Clara manifestación de su heterodoxia dogmática, por no llamarlo herejía, dirán algunos —han dicho, de hecho—. Pero en realidad, esto remite a una referencia bíblica clara, del Génesis 28, 16-17, donde se narra el extraño episodio de Jacob, el ángel y la escalera al cielo: «Despertó Jacob de su sueño, y se dijo: “Ciertamente está Yahvé en este lugar, y yo no lo sabía”. Y atemorizado, añadió: “¡Qué terrible es este lugar! No es sino la casa de Dios y la puerta de los cielos”.». El versículo 17 en latín sería: «Pavensque: “Quam terribilis est, inquit, locus iste! Non est hic aliud nisi domus dei et porta coeli”». A eso se refería aquello de «Este lugar es terrible»… Aunque muchos hayan visto en esto una muestra de herejía…

Nada más entrar en la iglesia se encuentra uno de los grandes símbolos de esta historia, un feo demonio que, con un terrible gesto de dolor, soporta el peso de la pila de agua bendita. Tradicionalmente se ha identificado con el demonio bíblico Asmodeo, relacionado, en otras fuentes, con el tesoro del rey Salomón, del que fue custodio. Pero no hay nada que lo identifique como Asmodeo. Ni siquiera su iconografía se parece. Esta identificación se debe a De Sède, y a sus fuentes, que quisieron con ello proponer que igual había sido ese tesoro el que había encontrado Saunière. Lo cierto es que posiblemente Saunière no quiso representar a ningún demonio específico, sino al diablo genérico o Satán en persona. Por otro lado, cuando se comenta esto nunca se suele decir que estamos ante un grupo escultórico compuesto por el diablo, la pila de agua bendita y cuatro ángeles que hacen la señal de la cruz con sus manos. Esto es importante ya que, conociendo la personalidad del abad, es muy factible interpretar esto en una doble lectura religiosa y política: la República sería el demonio vencido por el signo de la Religión.8

Hay quien ha propuesto que, si cogemos un plano de la iglesia y trazamos una M uniendo los puntos en los que están ubicados las estatuas que hay en los muros, obtenemos la palabra GRAAL (San Graal o Santo Grial) con la primera letra de los nombres de los santos: Germana, Roque, Antonio (de Padua), Antonio (Abad) y Lucas. Ambos elementos, la M y GRAAL, serían claras evidencias de que Saunière estaba al tanto de la importancia de María Magdalena como esposa de Cristo y como auténtico Santo Grial, en este caso, como portadora de la descendencia del nazareno. Al margen de lo arbitrario de esta interpretación, hay algo que falla: la L de Lucas. Y es que el evangelista no está representado en ninguna estatua, sino en los relieves del púlpito. Y además, no está sólo, sino que aparece justo a los otros evangelistas y a Jesús.

Sobre el Viacrucis se han señalado muchas anomalías. Que sí aparece un niño con una túnica escocesa, lo que sería una clara alusión a la masonería; que si Jesús y Simón de Cirene aparecen con el mismo rostro, lo que vendría a demostrar que Saunière estaba haciendo referencia a una antigua leyenda gnóstica que afirma que Jesús no murió en la cruz, sino que le sustituyó Simón de Cirene; que si se representa a los súbditos sacando a Jesús de la tumba, con nocturnidad y alevosía, lo que vendría a indicar o que no murió realmente, o que sacaron su cuerpo para fingir la resurrección, según el autor… pero todo esto es falso, más que nada porque esa viacrucis se compró por catálogo a una empresa que los fabricaba en serie. Hay más de una decena de iglesias con el mismo viacrucis.

Se podrían aportar muchos más ejemplos de supuestos elementos heterodoxos en la iglesia, como el suelo ajedrezado o los extraños murales, pero sería extendernos en demasía. Lo que queda más que claro es que no hay nada extraño en ese templo, a excepción de lo tremendamente hortera y recargado que es.

En los pergaminos se habla de unas misteriosas «manzanas azules», que, según el mito, harían alusión a un fenómeno lumínico que se produce el 17 de enero de cada año, el día en el que  enfermó de muerte Saunière, además de una fecha clave en toda esta trama. Ese día, según se ha comentado hasta el hartazgo, la luz, al pasar por las vidrieras, crea en la pared de enfrente unas formas circulares de color azul, las dichosas manzanas azules. Esto es cierto, sí. Pero no sólo suecede ese día, sino que sucede durante gran parte del año. De hecho, aquí les adjunto una foto mía junto a ese misterioso fenómeno, tomada el 15 de octubre de 2014.

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  1. Se ha propuesto que Saunière, una vez convertido en millonario, se dedicó a viajar por un montón de sitios. Algunos autores han aventurado que Saunière estuvo en Jaén, donde frecuento a la masonería local y dejó escrita una inscripción en el coro de la catedral, o que, yendo aún más lejos, que Saunière dejó descendencia en Girona, gracias a una amante con la que se relacionó durante años. Pero ambas teorías se sustentan sobre elementos totalmente quedradizos y endebles, por no decir fraudulentos. No existe evidencia alguna al respecto de ningún viaje de Saunière, teniendo en cuenta que toda su facturación está disponible y que se Marie, su fiel compañera, que durante años convivió con Noël Corbu, nunca comentó nada al respecto. Pero en ningún lado aparece nada de ningún viaje.
  2. Por último, siempre se ha dicho que su muerte fue sospechosa, debido a que, pese a que falleció el 22 de enero de 1917, Marie encargó el ataúd el día 12 de enero, cinco días antes de la apoplejía que terminó llevándoselo a la tumba. Es decir, que diez días antes, Marie sabía que iba a morir. Esto es totalmente falso. De hecho, Marie no pagó el ataúd hasta el 12 de junio de 1917, unos meses después de la muerte del abad, algo curioso si, como se ha dicho, disponía de una tremenda fortuna. Simplemente, los primeros investigadores confundieron juin, «junio», con jan, de janvier, «enero», como se puede comprobar al revistar, con un mínimo de atención, la factura de la compra de dicho ataúd.

Podríamos extendernos mucho más, pero no parece necesario. La evidencia demuestra que se la mayor parte de las tramas que se han propuesto para explicar este misterio son falsas, por un lado por haber utilizado fuentes documentales falsas y contaminadas, y, por otro lado, porque los sucesivos autores han ido aportando nuevas ramificaciones del tema, casi todas sin el más mínimo apoyo documental.

Eso sí, misterio queda. Aún no sabemos qué encontró Sauniére. Quizás algún día nos ayuda a descubrirlo si se consigue excavar en la iglesia, bajo la que, según parece, existe una cripta a la que, según se ha comentado hasta la saciedad, pudo llegar Saunière durante las obras de restauración del templo y pudo ser el lugar en el que encontró aquello que le hizo rico, como proponen los investigadores Juan Carlos Pasalodos (en su web Quaerendo-invenietis) o Enric Sabarich (en su libro imprescindible El secreto de Rennes-le-Château).

Pero, por ahora, como bien saben, está prohibido excavar en este pueblo. Aunque igual alguien anda excavando sin que lo sepamos…

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P.D. Un aspecto sumamente interesante de todo este affaire, que no aparece en la bibliografía publicada, es el significativo hecho de que el abad Saunière, allá por 1906, confeccionó una colección de treinta y tres postales que puso a la venta en el balneario del cercano pueblo de Rennes-les-Bains, muy frecuentado por turistas. Lo curioso es que en aquellas postales, aparte de mostrar el antiguo castillo del pueblo, se centraba en exponer públicamente las construcción que él mismo había realizado en su finca ¿Por qué un cura rural de un pueblo tremendamente modesto, aunque venido a más gracias a una fortuna de origen incierto, se fotografía a sí mismo en sus inexplicadas construcciones y, además, vende esas postales a los turistas, a los que, de camino, invitaba a visitar su domaine? Sea cual sea la explicación, esto parece indicar que Saunière, una vez convertido en nuevo rico y tras levantar sus grandilocuentes construcciones se vio en la necesidad de mostrarlas al público. Sin duda es un claro ejemplo de su desmedido ego y de sus pretensiones megalómanas. Y de que quizás fue el propio abad el primero en vender el misterio sobre su persona y su desconcertante riqueza.

 

Óscar Fábrega

 

 

 

 

 

 

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