El ritual occitano del Consolament

El ritual occitano del Consolament
El ritual occitano del Consolament
  1. El servicio

Hemos venido ante Dios y delante vuestro y delante de la Orden de la Santa Iglesia, para recibir el servicio, y perdón y penitencia de todos nuestros pecados, que hemos hecho, o dicho, o pensado, u obrado desde nuestro nacimiento hasta ahora, y pedimos misericordia a Dios y a vosotros para que roguéis por nosotros al padre Santo que nos perdone.

Adoremos a Dios y manifestemos todos nuestros pecados y nuestras numerosas y graves ofensas con respecto al Padre y al Hijo y al honorable Espíritu Santo y a los honorables santos Evangelios, y a los honorables Apóstoles, por la oración y por la fe, y por la salvación de todos los leales y gloriosos cristianos, y de los bienaventurados antepasados que duermen (en sus tumbas) y de los hermanos que nos rodean, y delante vuestro, santo Señor, para que nos perdonéis todo aquello en lo que hemos pecado. Benedicite parcite nobis.

Ya que numerosos son nuestros pecados con los que hemos ofendido al Señor cada día, el día y la noche, en palabra y obra, y según el pensamiento, con voluntad y sin voluntad, y más por nuestra voluntad que los espíritus malignos ponen en nosotros, en la carne con la que estamos vestidos. Benedicite parcite nobis.

Como nos enseña la sagrada palabra de Dios, los santos Apóstoles y nuestros hermanos espirituales, nos anuncian que reprimamos todo deseo carnal y toda villanía, y que hagamos la voluntad de Dios, el Perfecto Bien cumplido; pero nosotros, servidores perezosos, no solamente no hacemos la voluntad de Dios como sería conveniente, sino que cumplimos con los deseos de la carne y las inquietudes del mundo, a pesar de que dañamos a nuestros espíritus. Benedicite parcite nobis.

Vamos con la gente del mundo y nos quedamos con ellos, hablamos y comemos, y pecamos en muchas cosas, a pesar de que dañamos a nuestros hermanos y a nuestros espíritus. Benedicite parcite nobis.

Con nuestra lengua caemos en palabras ociosas, en vanas habladurías, en risas, en burlas y malicias, en detrimento de hermanos y hermanas, de los cuales, hermanos y hermanos, no somos dignos de juzgar ni de condenar las ofensas: entre los cristianos somos pecadores. Benedicite parcite nobis.

El «servicio» que recibimos, no lo guardamos como sería conveniente, ni el ayuno, ni la oración: transgredimos nuestros días, prevaricamos nuestras horas; mientras estamos en la santa oración nuestro sentido se vuelve hacia los deseos carnales, hacia las inquietudes mundanas, a pesar de que, a esta hora, apenas saben qué cosa ofrecemos al padre de los justos. Benedicite parcite nobis.

Oh, vos, santo y buen Señor, todas estas cosas que nos pasan, a nuestros sentidos y a nuestro pensamiento, te las confesamos, santo Señor, y toda la multitud de nuestros pecados la depositamos en la misericordia de Dios y en la santa oración y en el santo evangelio; pues numerosos son nuestros pecados. Benedicite parcite nobis.

Oh Señor, juzga y condena los vicios de la carne, no tengas piedad de la carne nacida de la corrupción, pero ten piedad del espíritu puesto en prisión, y administramos días y horas de oraciones y de predicaciones, como es costumbre en los buenos cristianos, para que no seamos ni juzgados ni condenados el día del juicio como los traidores. Benedicite parcite nobis.

 

  1. Tradición de la santa oración.

 

Si un «creyente» está haciendo abstinencia y si los «cristianos» están de acuerdo para dedicarle la oración, que se laven las manos, y los creyentes, si los hay, igualmente. Y después que el primero de los «hombres-buenos», aquel que sigue al Anciano, haga tres reverencias al Anciano y después que prepare una mesa y que haga otras tres reverencias; después que ponga un mantel sobre la mesa y haga tres reverencias más; que ponga el libro sobre el mantel y después que diga: Benedicite parcite nobis. Seguidamente que el creyente haga su melhorier (o melioramentum) y tome el libro de la mano del anciano. Y el anciano debe amonestarle y predicarle con testimonios apropiados. Y si el creyente se llama Pedro, por ejemplo, que le diga así:

«Pedro, debes comprender que, cuando estáis delante de la Iglesia de Dios, estás delante del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Ya que la Iglesia significa asamblea, y allí donde están los verdaderos cristianos, está el Padre, y el Hijo y el Espíritu Santo, como las divinas Escrituras los demuestran. Ya que Cristo ha dicho en el Evangelio de San Mateo: (XVIII, 20): “Porque donde se encuentren dos o tres reunidos en mí nombre, yo estoy entre ellos”. Y en el Evangelio de San Juan (XIV, 23) dice: “Si alguien me ama, guardará mi palabra, y el Padre le amará, y nos acercaremos a él y habitaremos con él”. Y San Pablo dice en la segunda a los Corintios (VI, 16-18): “Sois el templo de Dios vivo como dijo Dios en boca de Isaías: ya que yo habitaré en ellos, e iré, y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Por esta razón salid de entre ellos, y separaros de ellos dice el Señor. Y no tocaréis las cosas impuras , y os acogeré. Seré para vosotros un Padre, y vosotros seréis para mi unos hijos y unas hijas, dice el Señor Dios Todopoderoso”. Y en otro lugar (2 Co., XIII, 3) dice: “Buscad la prueba de que Cristo habla en mí”. Y en la primera epístola a Timoteo (III, 14 y 15) dice: “Escribo estas cosas, esperando llegar a ti pronto. Pero si tardo, sepas de qué manera es necesario que te comportes en la casa del Señor, que es la Iglesia del Dios vivo, columna y fundamento de la verdad”. Y él mismo dijo a los hebreos (III, 6): “Pero Cristo es como un hijo en su casa, y nosotros, somos su casa”. Que el espíritu de Dios está con los fieles de Jesucristo, Cristo lo demuestra en el Evangelio de San Juan (XIV, 15-18): “Si me amáis guardad mis mandamientos. Y rogaré al Padre, y él os dará otro consolador que esté con vosotros eternamente, el espíritu de la verdad que el mundo no puede recibir, ya que no le ve ni le conoce, pero vosotros, lo conoceréis, ya que habitará con vosotros y estará en vosotros. No os dejaré huérfanos, vendré a vosotros”. Y en el Evangelio de San Mateo (XXVIII, 20) dice: “He aquí que estoy con vosotros para siempre hasta la consumación de los siglos”. Y San Pablo dice en la primera epístola a los Corintios (III, 16-17): “¿No sabéis que estáis en el templo del Dios vivo y que el espíritu de Dios está con vosotros? Pero si alguno corrompe el templo de Dios, Dios lo destruirá. Ya que el templo de Dios es santo, y este templo sois vosotros”. Y San Juan dice en la epístola (1, IV, 13): “En esto sabemos que habitamos en él, y él en nosotros, porque nos ha dado parte de su espíritu”. Y San Pablo dice a los Gálatas (IV, 6): “Porque sois hijo de Dios, Dios ha enviado al Espíritu de su Hijo en vuestro corazón, gritando: ¡Padre, Padre!”. Por esto es preciso entender que al presentaros entre los hijos de Jesucristo, confirmáis la fe y la predicación de la Iglesia de Dios, según dan a entender las divinas Escrituras. Ya que el pueblo de Dios se separó antaño de su Señor Dios. Y ha abandonado el consejo y la voluntad de su santo Padre, por seguir los engaños de los malignos espíritus por el hecho de su sumisión a su voluntad. Y por estas razones y por muchas otras, se puede saber que el Padre Santo quiere tener piedad de su pueblo, y recibirle en la paz y en la concordia, por el advenimiento de su Hijo Jesucristo. Esta es la causa por la que estáis aquí delante de los discípulos de Jesucristo, en este lugar donde habitan espiritualmente el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, como se ha demostrado más arriba, para que podáis recibir esta santa oración que el Señor Jesucristo ha dado a sus discípulos, de manera que vuestras oraciones y vuestras plegarias sean acogidas por nuestro Padre Santo. Por esto debéis comprender, si queréis recibir esta santa oración (el Pater Noster) que es necesario que os arrepintáis de todos vuestros pecados y perdonéis a todos los hombres. Ya que Nuestro Señor Jesucristo dice (Mt., VI, 15): “Si no perdonáis a los hombres sus pecados, vuestro Padre celestial no os perdonará vuestros propios pecados”. Conviene que os propongáis guardar esta santa oración en vuestro corazón todo el tiempo de vuestra vida, si Dios os da la gracia de recibirla, según la costumbre de la Iglesia de Dios, con castidad y con verdad, y con todas las demás buenas virtudes que Dios tendrá a bien daros. Por esto rogamos al buen Señor que ha dado a los discípulos de Jesucristo el poder de recibir esta santa oración con firmeza, que os de, él mismo, a vosotros también, la gracia de recibirla con firmeza y en su honor y en el de vuestra salvación. Parcite nobis».

Y después, que el Anciano diga la oración y que el creyente la siga. A continuación, el Anciano dirá: «Os dedicamos esta santa oración, para que la recibáis de Dios, y de nosotros, y de la Iglesia, y que tengáis poder para decirla en todos los momentos de vuestra vida, de día y de noche, solo o en compañía, y que nunca bebáis ni comáis sin decir antes esta oración. Y si faltáis, será necesario que hagáis penitencia». Y el creyente debe decir: «La recibo de Dios, de vos y de la Iglesia». Y después que haga su melhorier, y que dé gracias; y después que los cristianos hagan una doble con veniae (peticiones de gracia y de perdón), y el creyente después de ellos.

 

  1. Recepción de la Consolación

 

(Consolamentum o bautismo espiritual)

 

Y si debe ser consolado en el momento, que haga su melhorier (su veneración) y que tome el libro de la mano del anciano. Este debe amonestarle y predicarle con testimonios convenientes y con unas palabras que convengan a una «Consolación». Que le hable de la siguiente manera:

«Pedro, ¿quieres recibir el bautismo espiritual por el que es dado el Espíritu Santo en la Iglesia de Dios, con la santa oración, como la imposición de las manos de los “hombres-buenos”? De este bautismo Nuestro Señor Jesucristo dice en el evangelio de San Mateo (XXVIII, 19-20), a sus discípulos: “Id e instruid a todas las naciones, bautizadlas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Enseñadles a guardar todas las cosas que os he mandado. Y he aquí que estoy con vosotros todos los días hasta la consumación del siglo”. Y en el evangelio de San Marcos (XVI, 15), dice: “Id por todo el mundo, predicad el Evangelio a toda criatura. Aquel que crea y sea bautizado será salvado, pero el que no crea será condenado”. Dice a Nicodemo en el evangelio de San Juan (III, 5): “En verdad, en verdad os digo: ningún hombre entrará en el reino de Dios, si no vuelve a nacer por el agua y por el Santo Espíritu”. Y Juan Bautista ha hablado de este bautismo cuando dice (Jn., I, 26-27 y Mt., III, 11): “Es verdad que yo bautizo con agua; pero aquel que vendrá después de mí es más fuerte que yo: yo no soy digno de abrochar las correas de sus zapatos. Os bautizará con el Espíritu Santo y con el fuego”. Y Jesucristo dice en los Hechos de los Apóstoles (I, 5): “Pues Juan, ciertamente, ha bautizado con el agua, pero vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo”. Jesucristo hizo este santo bautismo de la imposición de las manos según lo que cuenta San Lucas, y dijo que sus amigos lo harían como cuenta San Marcos (XVI, 18): “Impondrán las manos sobre los enfermos, y los enfermos sanarán”. Ananías (Hch., IX, 17-18) hizo este bautismo a San Pablo cuando se convirtió. Y después Pablo y Bernabé lo hicieron en muchos lugares. Y San Pedro y San Juan lo hicieron con los Samaritanos. Ya que San Lucas lo dice así en los Hechos de los Apóstoles (VIII, 14-17): “Cuando los Apóstoles que estaban en Jerusalén supieron que los de Samaria habían recibido la palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan. Estos, habiendo llegado, rogaron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo, porque aún no había descendido sobre ninguno de ellos. Entonces ponían las manos sobre ellos y recibían el Espíritu Santo”».

Este santo bautismo por el que el Espíritu Santo era dado ha sido mantenido por la Iglesia de Dios desde los Apóstoles hasta nuestros días, y se transmitió de «hombres-buenos», en «hombres-buenos» hasta aquí, y lo hará hasta el final del mundo. Y debéis comprender qué poder le fue dado a la Iglesia de Dios para atar y desatar, para perdonar los pecados y para retenerlos, como dice Cristo en el Evangelio de San Juan (XX, 2123): «Como el Padre me ha enviado, del mismo modo yo os mando. Cuando acabó de decir estas cosas, sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo; a aquellos que les perdonéis los pecados les serán perdonados y aquellos que se los retengáis, les serán retenidos”». Y en el Evangelio de San Mateo le dice a Simón Pedro (XVI, 18-19): «Digo que tu eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no podrán contra ella. Te daré las llaves del reino de los cielos, y todo lo que ates en la tierra, será atado en los cielos, y todo lo que desatares en la tierra será desatado en el cielo». Dice a sus discípulos en otra parte (Mt., XVIII, 18-20): «En verdad os digo, lo que atareis en la tierra, será atado en el cielo y lo que desatareis en la tierra, será desatado en el cielo. Y de nuevo os lo digo en verdad: si dos de vosotros se reúnen en la tierra, todo aquello, sea lo que sea, que pidan, les será concedido por mi Padre que está en los cielos. Pues donde estén dos o tres reunidos en mi nombre, yo estoy entre ellos». Y en otra parte (Mt., X, 8), dice: «Curad a los enfermos, resucitad a los muertos, purificad a los leprosos, ahuyentad a los demonios». Y en el Evangelio de San Marcos (XVI, 17-18) dice: «Y estas señales seguirán a los que creyeren: en mi nombre ahuyentarán a los demonios, hablarán nuevas lenguas, retirarán a las serpientes y si beben algún brebaje mortal, no les causará ningún daño. Pondrán las manos sobre los enfermos y serán curados». Dice además en el Evangelio de San Lucas (X, 19): «He aquí que os he dado el poder de caminar sobre las serpientes y los escorpiones, y sobre toda la fuerza del Enemigo, y nada os dañará».

Si queréis recibir este poder y fortaleza, es preciso que guardéis todos los mandamientos de Cristo y del Nuevo Testamento según vuestro poder. Y sabed que ha mandado que el hombre no cometa ni adulterio, ni homicidio, ni mentira, que no jure ningún juramento, que no robe ni desole, que no haga al prójimo lo que no quiera que se haga con él, y que el hombre perdone a quien le haya hecho daño, que ame a sus enemigos, y rece por sus calumniadores y por sus acusadores y los bendiga. Si se le pega en una mejilla, que tienda la otra, y si se le roba la túnica, que dé también el manto; que no juzgue ni condene, y muchos otros mandamientos que son mandados por el Señor a su Iglesia. Es preciso igualmente que odiéis a este mundo y a sus obras, así como a todas sus cosas. Ya que San Juan dice en la epístola (1, II, 15-17): «Oh bienamados míos, no queráis amar al mundo, ni aquellas cosas que están en el mundo. Si alguien ama al mundo, la Caridad del Padre, no está en él. Ya que todo lo que existe en el mundo es codicia de la carne, codicia de los ojos y orgullo de la vida, que no es del Padre, sino del mundo; y el mundo pasará, así como su codicia, pero aquel que cumple la voluntad de Dios vive eternamente». Y Cristo dice a las naciones (Jn., VII, 7): «El mundo no puede odiaros, pero me odia, porque yo llevo testimonio de él, que sus obras son malas». Está escrito en el libro de Salomón (Ec., I, 14): «He visto todas las cosas que se hacen bajo el sol, y he aquí que todas ellas son vanidades y tormentos de espíritu». Y Judas, hermano de Santiago dice para enseñanza nuestra en la epístola (ver. 23): «Odiad este vestido mancillado que es carnal». Por estos testimonios y por muchos otros, es preciso que observéis los mandamientos de Dios y que odiéis este mundo. Y si lo hacéis bien hasta el final tenemos la esperanza que vuestra alma tendrá la vida eterna.

Que el creyente diga entonces: «Tengo esta voluntad, rogad a Dios para que me dé fuerza». Y después que el primero de los «buenos-hombre» haga, con el creyente, su veneración al Anciano, y que diga: Parcite nobis. Buenos cristianos, os rogamos por el amor de Dios, que deis a nuestro amigo, aquí presente, este bien que Dios os ha dado. Seguidamente el creyente debe hacer su veneración y decir: «Parcite nobis. Por todos los pecados que yo haya podido hacer, o decir, o pensar, u obrar, pido perdón a Dios, a la Iglesia ya todos vosotros». Que los cristianos digan entonces: «Por Dios y por nosotros y por la iglesia que sean perdonados, y rogamos al Señor que os perdone». Después de esto deben consolarle. Que el Anciano tome el libro (de los Evangelios) y se lo ponga sobre la cabeza, y los demás «buenos-hombres» todos la mano derecha y que digan los parcias y tres adoremus, y después: Pater sancte, suscipe servum tuum in tua justitia, et mitte gratiam tuam et spriritum sanctum tuum super eum. Que rueguen a Dios con la oración, y el que lleve el servicio divino debe decir en voz baja la «sesena» y cuando la sesena esté dicha, debe decir tres veces Adoremus y la oración una vez en voz alta, y luego el Evangelio (de Juan). Y cuando se acabe el Evangelio, deben decir tres Adoremus y la gratia y las partias. Seguidamente deben darse la paz (besarse) entre ellos y con el libro. Si hay «creyentes», que se den también la paz, y que las «creyentes», si las hay, se den la paz entre ellas con el libro. Seguidamente rueguen a Dios con doble (oración) y con veniae (peticiones de gracia) y la ceremonia ha terminado.

 

  1. Diversas reglas concernientes a la oración y la conducta a seguir en ciertas circunstancias.

 

La misión de celebrar «doble» y de decir la oración no debe estar confiada a un hombre seglar.

Si los cristianos van a un lugar peligroso, que rueguen a Dios con gratia. Y si alguien va a caballo, que celebre «doble» (oración). Y debe decir una oración al entrar en un barco o en una ciudad, o al pasar sobre una tabla o un puente peligroso. Si los cristianos encuentran a un hombre con el que les sea preciso hablar mientras estén rezando, si ya han dicho ocho oraciones, éstas pueden ser tomadas por «simples» y si han dicho dieciséis pueden ser tomadas por «dobles». Y si encuentran algún bien en su camino, que no lo toquen si no saben que pueden devolverlo (es decir, a quien podrían devolverlo). Pero si ven que ha pasado gente antes que ellos, a quien la cosa puede ser devuelta, que la tomen y la devuelvan si pueden. Y si no pueden, que la pongan de nuevo en este lugar. Y si encuentran a una bestia o pájaro cogido o cogida, que no se inquieten. Si el cristiano quiere beber durante el día, que haya rogado al Señor dos o más veces después de comer. Si después de la «doble» de la noche beben, que hagan otra «doble». Si hay creyentes, que se queden de pie cuando digan la oración para beber. Si un cristiano ora a Dios con cristianas, que dirija siempre la oración. Si un creyente, a quien haya sido entregada la oración, está con cristianas, que se vaya a otra parte y que la haga solo.

Si los cristianos a los que esté confiado el ministerio de la iglesia reciben un mensaje de un creyente enfermo, deben acudir a él, y deben preguntar en secreto cómo se ha portado con respecto a la iglesia desde que ha recibido la fe, si no hay ninguna duda respecto a la iglesia o algún error del que se le pueda acusar. Y si debe algo y puede pagar, debe hacerlo. Si no quiere hacerlo, no debe ser recibido. Ya que, si se ruega al Señor por un hombre falso y desleal, esta plegaria no puede ser provechosa. Sin embargo, si no puede pagar no debe ser rechazado.

Y los cristianos deben enseñarle la abstinencia y las costumbres de la Iglesia. Luego deben preguntarle, en el caso que fuera recibido, si está dispuesto, de corazón, a observarlas. Y él no debe prometerlo si no se siente firmemente resuelto. Ya que San Juan dice que los mentirosos estarán en un estanque de fuego y azufre (Apoc., XXI, 8). Si dice que se siente bastante firme para sufrir todo esto (es decir, la abstinencia), y si los cristianos están de acuerdo para recibirle, deben imponerle la abstinencia de la manera siguiente: Deben preguntarle si tendrá el valor de no mentir, de no jurar; si sabrá guardarse de quebrantar los demás mandamientos de Dios, y si se siente dispuesto a observar las costumbres de la Iglesia y los mandamientos de Dios, y a mantener su corazón y sus bienes, tal como los tiene, o como los tendrá en el porvenir, al gusto de Dios y de la Iglesia y al servicio de los cristianos y de las cristianas, siempre, de hoy en adelante, tanto como pueda. Si dice que sí, deben responder: «Os imponemos (vos cargam) esta abstinencia para que la recibáis de Dios y de nosotros y de la Iglesia, y para que la observéis mientras viváis; si la observáis bien, con las demás prescripciones que tenéis que seguir, tenemos la esperanza que vuestra alma tendrá la vida (eterna)». Y debe responder: «La recibo de Dios y de vosotros y de la Iglesia».

Seguidamente, deben preguntarle si quiere recibir la oración. Si dice que sí, que le revistan con una camisa y pantalón, si se puede, y que le hagan quedar sobre su asiento si puede levantar las manos. Que pongan un mantel, o un trapo delante de él sobre la cama. Y sobre este trapo, el libro, y que digan una vez Benedicite y tres veces Adoremus patrem et filium et spiritum sanctum. El enfermo debe tomar el libro de la mano del Anciano. Si puede esperar, el que ejerza el ministerio debe amonestarle y predicarle con testimonios convenientes. Seguidamente debe preguntarle, a propósito de la promesa que ha hecho, si tiene la resolución de observarla y de mantenerla como ha convenido. Si dice que sí, que (los cristianos) se la hagan confirmar. Después deben leerle la oración y él debe seguirla. El Anciano le dirá, entonces: «Es ésta la oración que Jesucristo ha traído a este mundo, y la ha enseñado a los “buenos-hombres”. No comáis ni bebáis nada sin antes haber dicho esta oración. Y si lleváis a ello negligencia, será preciso que hagáis penitencia». Y él debe decir: «La recibo de Dios, de vosotros y de la Iglesia». Entonces, que le saluden como cuando uno se despide de una mujer. Después deben rogar al Señor con «doble» y veniae y volver a poner el libro ante él. El enfermo debe decir tres veces: Adoremus patrem et filium et spiritum sanctum. Seguidamente, tomará el libro de la mano del Anciano, y el Anciano le amonestará con testimonios y con palabras tales que convengan a la Consolación (Consolamentum). El Anciano debe preguntarle si tiene en el corazón la intención de guardar y observar su promesa, tal cual la ha hecho, y se la hará confirmar.

Después el Anciano debe tomar el libro, y el enfermo inclinarse y decir: «Parcite nobis. Por todos los pecados que he cometido, o dicho, o pensado, pido perdón a la Iglesia, a Dios y a vosotros». Los cristianos deben decir: «Por Dios y por nosotros y por la Iglesia que os sean perdonados, y rogamos a Dios que os perdone». Entonces deben consolarle poniéndole las manos y el libro en la cabeza, y decir: Benedicite, parcite nobis, amen; fiat nobis secundum verbum tuum. Pater et filius et spritum sanctus parcat vobis omnia pecata vestra. Adoremus patrem et filium et spiritum sanctum, tres veces, y después: Pater sancte, suscipe servum tuum super eum. Y si es una mujer, deben decir: Pater sancte, suscipe ancillam tuam in tua justitia, et mitte gratiam tuam et spiritum sanctum tuum super eam. Y después de rezar a Dios con la oración, deben decir en voz baja la «sesena». Y cuando la sesena sea dicha, deben decir tres veces: Adoremus patrem et filium et spiritum sanctum, y la oración una vez en voz alta. Y después que le saluden como a un hombre. Seguidamente «se darán la paz» entre ellos y con el libro. Y si hay «creyentes» o mujeres creyentes, deben darse la paz y los cristianos deben pedir el saludo y devolverlo.

Si el enfermo muere y les deja o les dona alguna cosa, no deben retenerla para ellos ni apropiársela, sino deben ponerla a disposición de la Orden y rogar para que se hagan consolar de nuevo lo más pronto que pueda; pero él, que siga, sobre este punto, su voluntad.

 

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