Homo insolitus 7: A lo bonzo

Homo insolitus 7: A lo bonzo

«Las llamas estaban surgiendo de un ser humano; su cuerpo fue marchitándose lentamente, su cabeza se ennegrecía. En el aire había un olor a carne humana quemada; el hombre se quemó sorpresivamente rápido. Detrás de mí pude escuchar el sollozo de los vietnamitas que estaban ahora en la entrada. Estaba demasiado sorprendido para llorar, demasiado confundido para tomar notas o hacer preguntas, desconcertado incluso para pensar… Mientras se quemaba no movió ni un músculo, nunca pronunció un sonido, su calma exterior formaba un agudo contraste con la gente que se lamentaba alrededor de él».

Así comentó el reportero del New York Times David Halberstam la desgarradora escena que acaba de presenciar y que le sirvió, paradójicamente, para ganar el premio Pulitzer en 1964, junto a Malcolm Browne, fotógrafo de la Associated Press.

Todo ocurrió el 11 de junio de 1963. Aquel día, un monje budista vietnamita llamado Thích Quảng Đức se inmoló en mitad de una calle de Saigón, ante la atenta mirada de cientos de personas, entre las que se encontraban estos dos periodistas yanquis. Gracias, precisamente, a las fotos de Browne sabemos cómo sucedió todo.

Nació a finales del siglo xix en una pequeña aldea del centro de Vietnam. Su nombre real era Lâm Văn Túc, pero se lo cambió en 1917, a los veinte años, cuando fue ordenado como monje budista. Desde entonces vivió largos periodos de tiempos como ermitaño, aunque de vez en cuando salía de su retiro y se dedicaba a enseñar y a aprender por las tierras de Vietnam y Camboya, llegando a adquirir un relativo prestigio y a dirigir algunas asociaciones y comisiones de monjes locales.

Pero tras la Segunda Guerra Mundial se precipitaron los acontecimientos: aquellas tierras formaban parte de la Indochina francesa, hasta que en 1945 Vietnam proclamó su independencia, iniciándose una cruenta guerra que terminó en 1954 con la expulsión de los franceses. El movimiento fue iniciado por Hồ Chí Minh, quien fundó la República Democrática de Vietnam, dentro de la esfera de influencia de la Unión Soviética y China. Pero, tras conseguir la independencia, el país se dividió en dos a ambos lados del paralelo 17: Vietnam del Norte, controlado por los comunistas enfrentados a Estados Unidos y con capital en Hanói, y Vietnam del Sur, cuya capital fue Saigón.

Un año después, en 1955, comenzaba la famosa Guerra de Vietnam, un inexplicable conflicto bélico que se llevó por delante millones de muertos y que terminó casi veinte años más tarde, el 27 de enero de 1973. No acabó la tragedia aquí: dos años después llegaron los jemeres rojos camboyanos y el genocida Pol Pot, pero esa es otra historia…

Demos un paso atrás: Vietnam del Sur estuvo gobernada durante sus primeros años (entre 1955 y 1963) por  Ngô Đình Diệm, un político cristiano y anticomunista que contó con el apoyo de Estados Unidos y que defendió con vehemencia los intereses de los católicos vietnamitas. El problema es que estos eran minoría en un país en el que más del 80% de la población era budista. Pero Diệm no solo favoreció que el gobierno, el ejército y la mayoría de empleados públicos fuesen cristianos, sino que les concedió enormes privilegios económicos y sociales. En la práctica, la mayor parte de los campos de cultivo del país pasaron a estar controlados por la Iglesia Católica, y muchos sacerdotes no dudaron en usar medidas represivas atroces cuando alguno osaba quejarse de esta tremenda desigualdad.

Pasó lo que tenía que pasar, y en 1963, aún en plena Guerra de Vietnam, Vietnam del Sur se vio inmersa en una lucha interna entre budistas y cristianos.1

Y es aquí donde entra en acción el bueno de Thích Quảng Đức, que un 11 de junio de 1963 tomó una decisión increíble: durante una manifestación compuesta por las trescientos monjes budistas, como protesta contra las persecuciones del gobierno católico de su país, Đức se bajó del coche en el que iba, puso un cojín en el suelo, se sentó en la tradicional posición de meditación budista de la flor de loto, y, después de otro monje derramase sobre su cabeza una lata de gasolina, encendió una cerilla, se prendió fuego y se quemó hasta morir… En pleno centro de Saigón, justo delante de la embajada de Camboya.

Sus últimas palabras fueron las siguientes: «Antes de cerrar los ojos y dirigirme hacia la figura de Buda, suplico respetuosamente al presidente Ngô Đình Diệm que tenga compasión de los habitantes de la nación y que desarrolle una igualdad religiosa que mantenga la fuerza de la patria para siempre. Llamo a los venerables, reverendos, miembros de la sangha y predicadores budistas para que se organicen y hagan sacrificios con el objetivo de proteger el budismo».

Pero durante su terrible martirio no dijo absolutamente nada. Murió sin conmoverse mientras las llaman devoraban su cuerpo. Todo un valiente Homo insolitus.

¿Sirvió de algo su muerte? Pues sí: logró en parte que se emprendiesen determinadas reformas, que apaciguaron algo a los budistas. Pero las protestas continuaron y varios budistas mas, ante la cruenta represión del régimen (que llevo a atacar varias pagodas y causar numerosas muertes) se quemaron hasta la muerte. Las imágenes de aquel heroico acto de automartirio, tomadas por  Malcolm Browne, dieron la vuelta al mundo e hicieron que el gobierno estadounidense se viese obligado a tomar cartas en el asunto. Finalmente, un golpe de estado, dirigido por la CIA, derrocó a Diệm, que fue asesinado el 2 de noviembre de aquel mismo año.

Por cierto, cuenta la leyenda que, pese a que su cuerpo ardió por completo, su corazón no se quemó, por lo que se le consideró sagrado, y fue puesto bajo el cuidado de la pagoda Xá Lợi a modo de reliquia.

Como curiosidad, y para ir terminando, mencionar que este tipo de sacrificio, que se hizo relativamente popular, comenzó a denominarse como  «quemarse a lo bonzo». ¿Por qué se llama así? Porque bonsō es el nombre japonés con el que se conocía a los monjes budistas…

Publicado el domingo 04-06-2017 en La Voz de Almería

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