Las mentiras de Poe «Clío historia», nº 200, junio 2018, págs. 57-61

Las mentiras de Poe
Las mentiras de Poe «Clío historia», nº 200, junio 2018, págs. 57-61

LAS MENTIRAS DE POE.
DEL GRAN ENGAÑO LUNAR AL ORIGEN DE LA PALABRA “LINCHAMIENTO”

 

EDGAR ALLAN POE HA PASADO A LA POSTERIDAD GRACIAS A SU EXCEPCIONAL COLECCIÓN DE RELATOS CORTOS, QUE LE CONVIRTIERON EN UNO DE LOS PIONEROS DE LOS RELATOS DETECTIVESCOS Y DE LA CIENCIA FICCIÓN; PERO NO MUCHOS SABEN QUE FUE EL PADRE DE LAS NOTICIAS FALSAS. POE VISLUMBRÓ COMO NADIE LAS POSIBILIDADES QUE OFRECÍA LA PRENSA ESCRITA PARA JUGAR CON LOS LECTORES.

 

EL GRAN ENGAÑO LUNAR

 

Entre el  25 y el 31 de agosto de 1835, The New York Sun publicó una serie de seis artículos, sin firmar, en los que se narraban los extraordinarios hallazgos que, según indicaba su fuente, el Edinburgh Courant, había realizado el conocido astrónomo John Herschel (1792-1871) gracias a un portentoso telescopio que había ideado él mismo y que había instalado en el Cabo de Buena Esperanza.

Según se indicaba, Herschel había conseguido observar la superficie de la Luna con una definición extraordinaria, “como si estuviese a doscientos metros de distancia”, lo que le había permitido descubrir algo asombroso: ¡había vida en nuestro satélite! Encontró gigantescos bosques lunares de abetos, lagos y mares de agua azul cristalina, enormes abismos y gigantescas cascadas, volcanes extintos y amatistas de varias decenas de metros de tamaño; así como rebaños de algo parecido a bisontes, estilizadas cabras de un color plomo azulado y un solo cuerno, aves similares a las grullas o los pelicanos, y una extraña criatura anfibia esférica que rodaba a toda velocidad por una playa…

Y no solo eso: en la cuarta parte de la saga, publicada el 28 de agosto, se mencionaba el hallazgo de varias manadas de criaturas humanoides, de un metro veinte de altura, con unas alas parecidas a las de los murciélagos y un aspecto simiesco. De ahí que Herschel les denominase Homo vespertilio, que viene a significar “hombre murciélago”. Por si fuera poco, había encontrado un gigantesco templo, con forma de triángulo equilátero, construido con zafiros, aunque el astrónomo no tenía claro si era obra de aquellos extraños humanoides.

Como era de esperar, esta fascinante historia fue todo un éxito y disparó las ventas del Sun, un periódico creado un par de años antes. Todos los neoyorquinos, y todo el país, debatieron aquellos días sobre la veracidad de aquella alucinante trama, y, por sorprendente que nos pueda parecer, la mayoría le dieron credibilidad. Tanto es así que la noticia cruzó el océano y muchos periódicos europeos se dejaron seducir por la historia, publicándose traducciones en castellano, francés, italiano y alemán.

Pasó un tiempo hasta que se desmontó la trampa y durante los primeros días pocos cuestionaron públicamente aquella maravilla. Los estadounidenses lo vieron posible. Herschel tardó unos meses en enterarse de que habían usado su nombre para un elaborado fake. No había encontrado vida en la luna pero, efectivamente, estaba en Ciudad del Cabo haciendo observaciones astronómicas. Pero claro, hasta que llegaron a Estados Unidos los desmentidos de Herschel, el Sun tuvo tiempo para vender miles de periódicos durante las dos o tres primeras semanas de septiembre. Por supuesto, los dueños del periódico negaron todo y culparon a su supuesta fuente, aunque posteriormente se supo que la farsa había sido ideada por uno de los editores, un tal Richard Adams Locke.

Desde entonces, esta historia ha sido considerada como el primer gran engaño periodístico. Pero, como verán a continuación, no es cierto. Poe lo hizo antes.

 

LA LEY DE LYNCH

 

Permítanme un breve pero necesario paréntesis.

El engaño de la Luna apareció justo en el momento en el que estaba candente el eterno debate sobre la esclavitud en Estados Unidos, un país fundado, escasos años antes, sobre el ideal de libertad, pero que, paradójicamente, tenía cerca de un millón de esclavos. Los grupos abolicionistas comenzaron a prosperar en los estados del norte y dirigieron agresivas campañas para conseguir su objetivo, mientras en el sur se popularizaban los linchamientos, casi siempre de afroamericanos. Y los periódicos, con sus diferentes líneas editoriales, se hicieron eco de estas disputas.

De hecho, cuando empezaron las acusaciones de fraude, Locke publicó el siguiente editorial en el Sun: “Pasamos de la autenticidad de los descubrimientos porque nos gusta una pizca de lo maravilloso y porque esperamos que, dirigiendo todos los ojos a las damas y caballeros de la luna, se practique menos la maldad diabólica en la Tierra. Tenemos curiosidad por saber si la Ley de Lynch existe entre nuestros vecinos lunares, o si aún no han llegado a ese grado de refinamiento”.

Curioso, ¿no?

El verbo «linchar» procede de la llamada Lynch Law («Ley de Lynch»), aunque no está muy claro quién era el tal Lynch. Unos defienden que se trata del cuáquero Charles Lynch (1736-1796), un granjero y coronel de la milicia de Virginia que en 1780, durante la Guerra de Independencia, lideró un grupo de jueces y oficiales que se encargó de castigar por su cuenta a varios grupos de lealistas, acusados de un levantamiento pro-británico durante la Guerra de Independencia, que habían sido absueltos. Desde entonces comenzó a utilizarse lo de Lynch Law.

Lo curioso es que unos años después, en 1811, el capitán William Lynch dijo que la frase procedía en realidad de un acuerdo que él y sus vecinos del condado de Pittsylvania (Virginia) habían firmado el 22 de septiembre de 1780 para tomarse la justicia por su mano ante los graves problemas de delincuencia a los que se enfrentaban y ante la poca eficacia de las leyes locales. El testimonio original procedía, al parecer, de los diarios de Andrew Ellicott, un inspector estadounidense que se dedicó durante años a cartografiar los territorios del oeste, que aseguraba que el propio William Lynch se lo había reconocido en persona.

El caso es que el 2 de mayo de 1836 apareció el texto del supuesto pacto de William Lynch con sus vecinos en una editorial del Southern Literary Messenger, una revista literaria editada en Richmond (Virginia), que llegó a ser una de las más importantes del sur. El verano anterior, el verano del engaño lunar, una masa enfervorecida linchó a cinco jugadores profesionales (gamblers) en Vicksburg (Mississippi). Como consecuencia, algunos periódicos comenzaron a interesarse por los orígenes de aquella expresión. Y el Southern Literary no fue menos.

¿Saben quién trabajaba allí? Ni más ni menos que el mismísimo Edgar Allan Poe, que trabajó para la revista como redactor y crítico literario de forma irregular, desde enero de 1835 hasta junio de 1837, aunque además publicó algunos relatos cortos, como Berenice (marzo de 1835) o Las Aventuras de Arthur Gordon Pym, que comenzó a publicarse en esta revista por entregas, entre enero y febrero de 1837, aunque no lo llegó a finalizar.

Pues bien, todo parece indicar que esta editorial fue ideada por Poe, que en pleno debate sobre el origen de la expresión Lynch Law, se sacó de la manga esta farsa. Sorprendentemente, parecía justificar las actividades racistas de los sureños. No en vano pasó gran parte de su vida en Virginia.

 

OTROS ENGAÑOS

 

Lo desconcertante es que el famoso escritor bostoniano, nacido el 19 de enero de 1809, también tuvo que ver con el engaño lunar del verano de 1835, tanto que llegó a acusar a The Sun de haberle plagiado la delirante historia, al menos en parte.

En junio de 1835, dos meses antes de los artículos del Sun, Poe publicó un relato en The Southern Literary Messenger que llevó por título La inigualable aventura de un tal Hans Pfaall. Contaba la historia de un remendador de fuelles de Rotterdam, el tal Hans Pfaall, que, después de asesinar a tres acreedores que le reclamaban una deuda,  decidió construirse un globo con la intención de viajar hasta la Luna y huir de la justicia. Y lo consiguió. Tras diecinueve días de viaje, llegó a la Luna, una tierra llena de volcanes en erupción en la que vivían unos extraños seres.

Lo curioso es que Poe construyó este relato como si se tratase de una historia real, dándole la forma de una supuesta carta que había traído un selenita, siguiendo las órdenes del propio Hans Pfaall, desaparecido cinco años atrás y dado por muerto. Sobrecoge ver como Poe imaginaba que era la superficie de la Tierra vista desde el espacio. Su ingenuidad es sublime, como sus descripciones de la Luna o sus ideas científicas y tecnológicas. Pero claro, estamos en 1835…

Pero su relato no causó el efecto deseado, entre otras cosas porque la revista en la que apareció tenía muy poca tirada por aquel entonces. Nada que ver con el New York Sun, que publicó su serie de artículos solo dos meses después, para gran disgusto de Poe, que decidió no escribir la prometida continuación del relato. De hecho, en la mayoría de las ediciones en castellano de este cuento aparece un epílogo del propio Poe en el que hace referencia a la “célebre Historia Lunar de Mr. Locke”, como la definía, dejando claro que él había publicado antes su relato y quejándose amargamente de que su historia no tuviese la repercusión que pensaba que merecía, mientras que la farsa del Sun llegó a ser creída por muchos de sus lectores.

No sería la última vez que Poe hiciese pasar relatos de ficción por hechos reales. Le encantaba jugar con sus lectores y convertirlos en detectives, retándoles a discernir entre la verdad y la mentira. Le fascinaban las mentiras trabajadas. Además, todas las que inventó están relacionadas con algunos de los temas más fascinantes de la historia mágica de Estados Unidos.

Lo hizo de nuevo en Las Aventuras de Arthur Gordon Pym, una serie publicada a comienzos de 1837 en el Southern Literary Messenger como ficción, aunque un año después, cuando la publicó como novela, añadió un prefacio en el que afirmaba que era una historia real. El protagonista de esta historia, Pym, era un explorador que viajó al polo sur y que desapareció sin dejar rastro. Pero el personaje guardaba relación con John Cleves Symmes Jr. (1780-1829), un aventurero y comerciante estadounidense que, convencido de que la Tierra estaba hueca, intentó varias expediciones a los polos con el objetivo de encontrar una apertura. Sin duda, Poe se inspiró en el explorador de Pensilvania Jeremiah N. Reynolds (1799-1858), cuyo trabajo Dirección sobre el tema de una expedición de exploración y exploración del Océano Pacífico y los Mares del Sur, entregado a la Cámara de Representantes en 1836 con la intención de conseguir que financiasen una expedición al polo sur, fue revisado favorablemente por Poe, en enero de 1837, en el Southern Literary Messenger.

Reynolds fue un ferviente seguidor de las teorías de Symmes y juntos realizaron numerosas conferencias por todo el país. Es más, llegó a conseguir financiación privada para una expedición al polo sur, donde pensaba encontrar una apertura a la Tierra hueca, un tema muy presente en Las Aventuras de Arthur Gordon Pym, la única novela que escribió, y en su relato Manuscrito encontrado en una botella.

Unos años después, entre enero y junio de 1840, Edgar Allan Poe publicó El diario de Julius Rodman, una serie de seis partes que pretendía ser el diario real de un señor inventado, el tal Julius Rodman, en el que se relataban los pormenores de una supuesta expedición que este hombre dirigió hacia 1792 por el río Missouri en dirección al noroeste. De ser cierto lo que contaba aquel diario, Rodman sería el primer europeo que cruzaba las Montañas Rocosas. Alguno se tragó la farsa, como el senador Robert Greenhow, también de Richmond, que llegó a mencionar la hazaña en un escrito de 1840.

¿Qué pretendía Poe con esto? Seguramente burlarse de la famosa expedición dirigida por Meriwether Lewis (1774-1809) y William Clark (1770-1838), compuesta por unas cuarenta personas, los primeros estadounidenses que cruzaron el oeste en una larga travesía que duró desde agosto de 1804 hasta septiembre de 1806. Esto se produjo justo después de que el país comprase, bajo órdenes del entonces presidente Thomas Jefferson (1743-1826), la Luisiana a Napoleón, un vasto territorio que comprendía gran parte de las Grandes Planicies y casi toda la cuenca del río Missouri. Aquello supuso el inicio de la conquista del oeste, que, en el momento en el que Poe publicó esta sátira, estaba en todo su apogeo.

Y lo volvió a hacer 13 de abril de 1844, cuando Poe publicó en The New York Sun, el mismo diario que había publicado el engaño lunar, un cuento de sobre una travesía en globo por el océano Atlántico, haciéndolo pasar también por una noticia real. Se trataba de la historia de un tal Monck Mason, un piloto que pretendía viajar en globo  desde Londres a París, pero una avería provocó que terminase en una isla cerca de Carolina del Sur, tres días después. El artículo de Poe incluía, además, varias reproducciones de la maquina voladora, una especie de dirigible con una hélice, y un montón de datos técnicos sobre su construcción y sus características. El caso es este señor sí existía y, como en el cuento, hizo un viaje en globo desde Londres, aunque el destino era Weilburg, en Alemania.

Fue un éxito impresionante y la tirada del Sun, una vez más, se multiplicó. El propio Poe informó en varias ocasiones de que se trataba de una ficción, pero ni con esas. La gente no le creyó. Una nueva evidencia del ávido interés que tenían los estadounidenses por todo lo relacionado con el progreso científico y, sobre todo, tecnológico. Y de lo fácil que se tragaban las mentiras bien hechas.

Sin duda, esto también sirvió de inspiración a Julio Verne (1828-1905), admirador declarado de Poe, que construyó más de una novela con viajes en globo de por medio. Por cierto, en De la Tierra a la Luna (1865), además de hacerse eco del engaño lunar del New York Sun, y de reírse de la credulidad de los americanos, mencionó el cuento de Hans Pfaall, que, sin duda, fue una de sus inspiraciones para aquella famosa novela. Además, el genio galo escribió una segunda parte de Las Aventuras de Arthur Gordon Pym, titulada La esfinge de los cielos y publicada en 1897.

 

VALDEMAR Y EL MESMERISMO

 

En diciembre de 1845, Poe publicó en la revista American Whig Review un relato titulado La verdad sobre el caso del señor Valdemar, escrito, una vez más, como si se tratase de un relato periodístico. Consistía en un falso informe sobre un experimento que un hipnotizador y mesmerista había realizado con un enfermo terminal, M. Ernest Valdemar, con la intención de retrasar su muerte. Según el relato, el cuerpo del tal Valdemar falleció, pero su cerebro continuó con vida y el hipnotizador podía comunicarse con él, hasta que siete meses después decidió dejarle morir.

Muchos creyeron que se trataba de una historia real. Incluso hubo un hipnotista de Boston, un tal Robert Collyer, célebre en aquellos tiempos, que escribió a Poe para comentarle que él también había conseguido resucitar a un alcohólico fallecido.

 

EL ORO ALQUÍMICO

 

El 14 de abril de 1849 ―seis meses antes de su muerte, el 7 de octubre de aquel mismo año―, en plena fiebre del oro de California, Poe publicó otro relato camuflado de informe periodístico con el título Von Kempelen y su descubrimiento. Se trataba de la historia, supuestamente real, de un químico estadounidense, el barón Von Kempelen, que había logrado convertir cualquier el plomo en oro, provocando que el precio del plomo subiese en Europa hasta un doscientos por cien, y que, a la inversa, el del oro se desplomase. Según comentó el propio Poe, su intención era disuadir a algunos de los forty-niners que se había lanzado en busca del oro perdido de California. Menos mal que no triunfó su propuesta. Jugar con el precio del oro en aquel delicado momento podía suponer una debacle económica.

El caso es que se trataba de un personaje real: Wolfgang von Kempelen (1734-1804), un inventor húngaro de lo más peculiar que se hizo famoso gracias a El Turco, una máquina de ajedrez autómata que presentó en 1770 ante María Teresa de Austria (1717-1780) y que resultó ser una estafa, o una broma, ya que en realidad había un ajedrecista escondido que, mediante palancas, movía al turco. Llegó a derrotar a personajes tan ilustres como Benjamin Franklin (1706-1790), cuando era embajador en Francia (en 1783), o el mismísimo Napoleón (en 1809), gracias a que su nuevo propietario, un tal Johann Nepomuk Mälzel, un músico bávaro, que lo había comprado en 1805 tras la muerte de Kempelen, lo llevó de gira por media Europa.

Poe tuvo la oportunidad de ver al Turco en persona hacía 1835 en Richmond, durante la gira americana que comenzó en 1926, y en 1836 publicó Maelzel’s Chees Player, una reseña en la que afirmaba que era una maquina real. Tras la muerte de Mälzel, en 1838, El Turco terminó en el Museo Chino de Filadelfia, que fue pasto de las llamas en 1854 por un incendio que se ocasionó en el cercano Teatro Nacional.

En el relato, Poe afirmaba que no se trataba de Wolfgang Von Kempelen, sino de un familiar nacido en Utica (Nueva York) al que había conocido unos años atrás en Providence (Rhode Island), antes de se marchase a vivir a Bremen (Alemania).

Concluyendo: viajes a la Luna, selenitas, hipnotistas, mesmerismo, alquimia, artefactos voladores y la Tierra hueca se mezclaban en Poe con la conquista del oeste, el boom de la prensa, el amor de los estadounidenses hacia el progreso y la ciencia y, sobre todo, su tendencia a mentir y a creerse las mentiras. Sí, Verne fue un visionario, pero Poe llegó antes.

Además, fue un pionero que supo ver el tremendo poder que los medios, en aquella época la prensa escrita, tenían sobre la sociedad, y del riesgo que suponía convertirlos en fuerte de certidumbre. Poe vio esto antes que nadie y decidió avisarnos de ese tremendo poder con estos maravillosos fakes.

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